• Ha llegado usted al paraíso: Asturias (España)

Archivos Mensuales :

julio 2020

Metáforas

Metáforas 150 150 Tino Quintana

«¡El mar! ¡El mar!». Así gritaban los griegos cuando llegaron a la costa después de recorrer una enorme distancia desde tierras persas. El propio Jenofonte cuenta, en su Anábasis, que él mismo corría con sus compañeros hasta lo alto de la colina donde estaban los demás, «abrazados unos a otros, con lágrimas en los ojos», mientras gritaban «¡Thalassa! ¡Thalassa! ¡El mar! ¡El mar!». Habían vivido a la intemperie, expuestos a peligros, padeciendo carencias, confusos, desorientados, dispersados en una geografía hostil y ante gentes desconocidas. El mar era lo que esperaban ver. Estaban llegando a casa.

Aquella marcha de los griegos es una metáfora de lo que supone caminar en tiempos de pandemia a través de ciudades vacías, relaciones extrañas, ancianos aislados, conductas irresponsables, cifras terroríficas de muertos y contagiados… También constatamos necesidades básicas: el cuidado, las normas colectivas, la protección de los más débiles, la común fragilidad y vulnerabilidad, la interdependencia… Es una lección global de humildad. Una larga marcha donde hemos vivido la sensación de haber perdido el horizonte o de haberse empañado. Los griegos de entonces nos enseñaron la importancia de caminar juntos, incluso a la intemperie, y hacerlo con una finalidad. Si no hay rumbo nos perdemos, nos disgregamos.

Así mismo, su entusiasmo cuando llegaron al mar es otra metáfora de estos tiempos difíciles. Era insostenible caminar sin llegar a ninguna parte. Era agotador. Ahora se acercaban a casa y los acontecimientos comenzaban a encontrar su sitio. No podían seguir así. Volvían al centro desde el que se ordenan las cosas. Volvían a casa.

La casa física es mucho más que una construcción y varios tabiques. Lo hemos comprobado en el confinamiento. Representa un centro que no es geométrico ni geográfico ni político, es un centro existencial: reúne y orienta. Lo dice muy bien Josep Maria Esquirol, en su libro La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad. La imagen de las manos juntas y abiertas hacia abajo simbolizan el tejado de la casa, y las manos hacia arriba representan la petición, la hospitalidad y el don. Igual que la vida diaria. Las manos, puestas así, sugieren que la existencia adquiere sentido desde la casa que es el otro. Son los otros quienes nos ponen a cubierto y a quienes acudimos pidiendo ayuda porque son el hogar originario. Pedro Salinas lo describe así: «Las manos son muy grandes y se puede / dejar a un ser entero en unas manos».

Pero hay otra metáfora que puede ser útil para entender el tiempo actual. Es la de Ítaca, la isla griega, patria de Ulises, cuyo largo regreso de veinte años, después de la guerra de Troya, narra Homero en la Odisea. Estamos aquí ante un viaje que es más importante que la llegada, un viaje protagonizado por cada uno de nosotros.

Todos tenemos una Ítaca. Lo importante del viaje es la experiencia de afrontar juntos las dificultades, vencer a cíclopes, lestrigones y a nuestros demonios particulares que entorpecen los pasos y nublan la mente. Lo más valioso es aprender, hacernos sabios mientras caminamos. No hay por qué acelerarse. Ítaca no es la meta, es el motivo y el inicio de un viaje inacabable. Así lo ha contado Constantino Cavafis en versos magistrales:

«Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.

»No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.

»Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

»Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.

»Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

»Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.

»Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas».

Profesores y poetas

Profesores y poetas 150 150 Tino Quintana

Hace varias semanas que dos antiguos compañeros y queridos amigos me enviaron dos vídeos que no tienen desperdicio. Uno es de un profesor de literatura y otro de un poeta. Por eso estas líneas llevan el título “Entre profesores y poetas”.

Nuccio Ordine, profesor de Literatura Italiana en la Universidad de Calabria, Italia, pone el foco, como suele decirse hoy, en diversas cuestiones de actualidad:

«El contacto con los alumnos en el aula es lo único que puede dar sentido a la enseñanza y a la propia vida del docente. ¿Cómo podré leer un texto clásico sin mirar a los ojos de los estudiantes, sin reconocer en sus rostros los gestos de desaprobación o de complicidad?

»Las aulas, sin la presencia de los alumnos y de los enseñantes, se volverían espacios vacíos, privados del soplo vital. Los estudiantes no son recipientes para ser llenados de nociones. Son seres humanos que necesitan, igual que los profesores, dialogar, reconocerse en la experiencia vital de estar juntos para aprender.

»A los jóvenes, hoy, no se les pide que estudien para mejorar, para hacer del conocimiento un instrumento de libertad, de crítica, de compromiso civil. No. No. A los jóvenes se les pide que estudien para aprender un oficio y ganar dinero.

»Se está perdiendo la idea de la escuela y de la universidad como una comunidad donde se forman los futuros ciudadanos, que podrán ejercer su profesión con una fuerte convicción ética y un profundo sentido de la solidaridad humana.

»En estos meses de confinamiento, estamos dándonos cuenta de que las relaciones humanas, no las virtuales, están transformándose cada vez más en un artículo de lujo … Estamos olvidando que sin la vida comunitaria, sin los rituales que regulan los encuentros entre profesores y alumnos, en las aulas, no puede haber ni transmisión del saber ni formación auténtica.

»Ninguna plataforma digital, ninguna, puede cambiar la vida de un estudiante. Sólo los buenos profesores pueden hacerlo.»

Léopold Sédar Senghor (1906-2001), fue un poeta senegalés que llegó a la Jefatura del Estado de Senegal, además de ser catedrático de gramática, ensayista y miembro de la Academia francesa. Uno de sus poemas dice así:

«Querido hermano blanco,
cuando yo nací, era negro,
cuando crecí, era negro,
cuando estoy al sol, soy negro,
cuando estoy enfermo, soy negro,
cuando muera, seré negro.

En tanto que tú, hombre blanco
cuando tú naciste, eras rosa,
cuando creciste, eras blanco,
cuando te pones al sol, eres rojo
cuando tienes frío, eres azul
cuando tienes miedo, te pones verde,
cuando estás enfermo, eres amarillo,
cuando mueras, serás gris.

Así pues, de nosotros dos,
¿Quién es el hombre de color?».

 

Eran sólo 1,20 euros

Eran sólo 1,20 euros 150 150 Tino Quintana

Esta misma mañana, mientras iba en el autobús municipal, ese donde me ceden el asiento y veo el panorama de otro modo, subió una chica con su hijo pequeño. Eran latinoamericanos. La madre no disponía de la cantidad exacta de dinero para el billete. Preguntó en alta voz si alguien disponía de cambio. Yo me levanté para abonarles el viaje con mi tarjeta de bonobús con tan mala fortuna de que cuando la pasé por la pantalla de los tiques dio señal de haber gastado el último viaje. Tampoco tenía dinero suelto para darle la cantidad exacta: 1,20 euros. El niño no pagaba. Me acerqué al conductor y me repitió que no tenía cambio. Entonces, la chica elevó de nuevo su voz: ¿Alguien tiene cambio de 10 euros? ¿Alguno de ustedes puede cambiarme el billete? El conductor guardaba silencio. El reloj parecía haberse detenido. Me levanté a mirar. Seríamos unos treinta pasajeros. Nadie dijo nada, y nadie miraba a la chica de frente. Todo el mundo se hacía el despistado. El niño preguntó: ¿qué pasa, mami? ¿Nadie nos ayuda? La chica, entonces, tomó al niño de la mano y se bajaron del autobús. Se sentaron en el asiento de la parada y comenzaron a llorar. Sólo eran 1,20 euros.

Hice lo que estaba en mi mano por ayudar, pero cuando me puse en pie tampoco dije nada. El silencio puede ser también una manera de ocultar las propias vergüenzas y, en el fondo, los prejuicios sociales. Hacer simplemente lo correcto equivale, en estas ocasiones, a mostrar lo groseramente incorrecto. Así nos luce el pelo a los listillos de Occidente que, con la mayor corrección, callamos ante el hecho de que el 90% de los recursos sanitarios se dedican a investigar las enfermedades que afectan al 10% de la población mundial, la del “Primer Mundo”, mientras que sólo un 10% de esos recursos se dedican a investigar las enfermedades que afectan al 90% de la población que está en el “Tercer Mundo” o, mejor dicho, en el «Último Mundo». Los recursos no dan para tanto en tiempos de pandemia, pero sí para comprar casi todo el stock mundial de remdesivir por lo que pueda pasar (¡¡!!).

Socialmente, como colectivo, no hemos cambiado prácticamente nada. Seguimos teniendo los mismos problemas y dilemas éticos de los hombres de Altamira, aunque, en mi tierra, es mejor decir los de Tito Bustillo, en Ribadesella, para que ustedes vengan a verlo. Aquello de que somos gente solidaria, capaz de cuidar de nosotros mismos y de los más vulnerables, se parece a la historia de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, donde la realidad se confunde con la fantasía. El virus nos ha hecho caer a todos por un inmenso agujero hasta un lugar donde nos hemos observado fascinados por la sonrisa y la exigencia de ser buenos ciudadanos. Parecía incluso que iba a surgir una nueva sociedad y que volveríamos a ser todos mejores. ¡Mentira podrida! ¡Falso!

Lo voy a decir de otra manera para quedar a gusto conmigo mismo. Sigo manteniendo la convicción de que es necesario mantener la confianza en el ser humano. Si no fuera así, habría que cerrar el negocio, y tendría razón el Libro de miseria de omne, de finales del siglo XIII, para quien todo era degradación y desastre. De haber sido así, nada hubiera merecido la pena, nada tendría valor ahora ni mañana. Pero sabemos por experiencia que no es todo así, ni mucho menos. El enorme esfuerzo intelectual, emocional, técnico y moral, que se ha derrochado en esta pandemia, demuestra justo lo contrario.

Hoy disponemos de una enorme cantidad de información en red. Nunca había sucedido nada igual. Pero tener mucha información no equivale matemáticamente a tener conocimiento y sabiduría. Si el crecimiento exponencial de la ciencia y de la técnica no va parejo al crecimiento en actitudes, al desarrollo de la razón cordial, al movimiento del corazón, es decir, si el tratamiento de la información no es proporcional al conocimiento ético, a la disposición proactiva de mejorar las relaciones humanas, de cultivar la fortaleza, la firmeza y la generosidad que reclamaba Baruch Espinosa para vivir éticamente, si no es así, estamos haciendo una farsa. El papel soial que desempeñamos correctamente esconde lo que somos. Basta una madre y su niño en un autobús cualquiera para desenmascararnos.

En el fondo todos somos humanos, pero no acabamos de agarrar lo humano con las manos. No llegamos a Lo humano, demasiado humano, de Friedrich Nietzsche. Me resulta engorroso citar a este hombre, pero decía verdades como puños. Tiene que llegar el momento de superar la ética del statu quo, la ética de un confortable bienestar, de regodearse en el sufrimiento, de instalarse bajo la compasión, de no mover un dedo para cambiar de posición, de pensar siempre como los que mandan porque se les concede la razón sin discutir, de tranquilizar la conciencia por estar suscritos a una ONG, de edulcorar la soledad de nuestros muertos ante el peligro de contagio, de aplaudir a los sanitarios por las ventanas y acordarse de su familia pasado mañana mientras se olvida su protección y su mejora laboral, etc., etc.

Presumimos de una ética centrada en la gratitud, la reciprocidad, la solidaridad y el respeto, mientras pasamos la vida produciendo ingratitud, partidismos, insolidaridad y desprecio. ¡Y continuamos tropezando en la misma piedra! Tenemos una doble moral institucionalizada, pacíficamente socializada, una moral en la que estamos “tan agustito”, o sea, tan ricamente.

Y sólo eran 1,20 euros. Mientras tanto, la madre y el niño lloraban. Era suficiente con verlos llorar. Era tremendo. Era un grito sin palabras. Eran tan sólo 1,20 euros.

TINO QUINTANA

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética Clínica (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

Constantino Quintana | Aviso legal | Diseño web Oviedo Prisma ID