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El cabreo

El cabreo

El cabreo 150 150 Tino Quintana

Una antigua amiga me ha dicho que cuando salgo a la calle siempre me pasan cosas raras y va a ser verdad. Pues, miren ustedes: me ocurrieron hace bien poco un par de cosas que me cabrearon.

Me encontraba un día haciendo un alto en el camino mientras tomaba un café al aire libre. En la mesa de al lado, una señora estaba diciéndole a su perro: «Tranquilo. Es un negro y pronto va a pasar». Yo me giré para ver aquel tipo de perro que desconocía el technicolor y, cuál no sería mi sorpresa, cuando veo pasar a un chico de raza negra justo en el momento en que la señora vuelve a decir al perro: «¿No ves? Ya pasó. No tengas miedo». Y sentí mucho cabreo.

Otro día, acompañando a mi hermano mayor, anciano, después de una revisión médica, estábamos aguardando a que llegara algún taxi para volver a casa, cuando pude ver a dos de sus compañeros que se acercaban. El uno ni siquiera le miró, y el otro, situado en el rango más alto de la jerarquía ─no le pongo título porque me da vergüenza ajena─ se acercó a él y le dijo que también venía del médico porque solía «llevar mucho peso al hombro». A mí se me ocurrió decir: «Pues nosotros aquí estamos esperando a ver si llega algún taxi». Y, sin más ni más, se marcharon y nos dejaron allí plantados como “los lunes al sol”, mientras se dirigían a su coche para ir al mismo lugar donde reside mi hermano, que me preguntó: «¿Quiénes eran esos?». Se lo dije y aparecieron lágrimas en sus ojos. Y, entonces, me sentí muy, pero que muy cabreado.

El cabreo, entendido como acción y efecto de cabrear, tiene un primer significado que se puede aplicar con sorna a esos dos casos: meter ganado cabrío en un terreno. Pero el significado más común se refiere a enfadar o poner de mal humor a alguien, como a mí me ocurrió al contemplar estupefacto tales conductas absurdas: estigmatizar a alguien por el color de su piel o menospreciar a alguien al que se puede ayudar.

A lo largo de mi vida también yo he causado sufrimiento a otros con mis decisiones. Es probable que les haya “cabreado” y me arrepiento. Ahora sólo puedo intentar no repetirlo. Pero que, delante de mis propias narices, haya gente que pone a un muchacho negro a la altura de un perro, o menosprecie al propio hermano dejándole tirado, es algo que te empuja a ver todo lleno de cabras a tu alrededor y a sentir cómo la irritación te va subiendo hacia arriba hasta transformarte la cara en un pimiento rojo.

A propósito, creo que estamos pasando ahora por una etapa de cabreo institucionalizado. Me parece que no conseguiremos hacerlo desaparecer hasta que tengamos inmunidad de rebaño, cosa ésta que tiene mucho que ver con el pastoreo y la estabulación y sus correspondientes cálculos, aciertos y errores. Cada cual es libre para interpretar esos términos con guasa, ironía, burla o seriedad, aplicándolo a la situación actual. ¡Cuántas cosas habría dicho hoy Michel Foucault para inquietarnos la conciencia!

El cabreo permanente es inútil y nocivo para la higiene mental y la salud cardíaca, pero quizá sea necesaria cierta dosis de cabreo, de vez en cuando, para mantenerse alerta, reaccionar y vivir día a día. Eso sí, merece la pena hacerlo con el primer significado que hemos utilizado aquí: meter las cabras en su sitio, vivir sin andar por ahí haciendo de cabra e imitar una de las cosas que ese animal sabe hacer mejor: rumiar o, lo que es lo mismo, reflexionar, pensar las cosas al menos dos veces, escuchar música, leer cuanto se pueda, por ejemplo. Todo eso es muy bueno para no cabrearse a lo tonto.

En cualquier caso, dejo este enlace por si fuera de utilidad en su vida personal o profesional: para controlar el enfado antes de que el enfado le controle a usted, y conste que en esa clínica no tengo intereses.

TINO QUINTANA

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética Clínica (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

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