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La piel

La piel

La piel 150 150 Tino Quintana

Hemos echado de menos el contacto físico y los abrazos durante la pandemia. Nos dejábamos tocar por la calidez de la voz. Ha sido triste y trágico en numerosas ocasiones.

Dice Aristóteles en El origen de los animales que «la naturaleza ha dotado al ser humano de la piel más fina, en relación con su tamaño».

La piel es límite y frontera, y superficie de contacto, y lenguaje. Si el rostro fuera un árbol, y alguien lo sacudiera, dejaría el suelo cubierto de letras. Al tocarnos, nos sentimos, nos interpretamos, nos comunicamos. El contacto de la piel representa mucho más que una reacción biológica o del sistema nervioso. Creo que es un error cosificar la piel humana.

El tacto y la piel hablan, dicen y transmiten cosas. Tienen que ver con la sensibilidad, la receptividad y la apertura. Lo contrario es la cerradura y el cierre, la frialdad y la indiferencia. ¿Tendrá que ver todo esto con el modo de entender lo humano?

Pablo Neruda nos ha dejado muchos versos sobre la piel. He aquí dos de ellos:

«Tu piel, la república fundada por mis besos».
«Debajo de tu piel vive la luna».

Curzio Malaparte, desde otra perspectiva diferente ─la II Guerra Mundial─ lo ha expresado así: «Hoy en día sufrimos y hacemos sufrir, matamos y morimos, realizamos hazañas maravillosas y actos horrendos no ya para salvar la propia alma, sino para salvar la propia piel … Todo lo demás no cuenta. Hoy se es héroe por una cosa bien mezquina. Por una cosa asquerosa. La piel humana» (La piel, Galaxia Gutenberg).

La escucha y la lectura llevan palabras que nos tocan de algún modo. Son como el tacto. Al igual que los textos de Neruda y Malaparte, suscitan preguntas, reflexiones y respuestas: nos hacen responsables. Palabras que, al escucharlas, dan la palabra y hasta invitan a guardar silencio, no porque sea agradable hacerlo en medio del ruido, sino porque distingue a quien sabe responder y callar en el momento oportuno.

A mí me parece que la piel insensible no percibe ni transpira; resulta inquietante, turbadora, fría; produce desasosiego y extrañamiento. Es lo mismo que tocar algo vacío y seco, muerto, en definitiva. ¿Será ésta otra forma de lo humano o lo inhumano?

A ese propósito quiero traer aquí unos versos de sor Juana Inés de la Cruz:

«Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y en tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba».

Quizá por eso nos decimos de vez en cuando: “Tienes el corazón a flor de piel”.

TINO QUINTANA

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética Clínica (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

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