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Susurros y besos

Susurros y besos

Susurros y besos 150 150 Tino Quintana

Hace unos cuantos días que no puedo hablar. Ni gota. Me parezco a un instrumento de cuerdas sin cuerdas o a uno de viento sin lengüeta. Lo que sí puedo hacer es susurrar o musitar.

Me gusta mucho el primer verbo. Me recuerda a Robert Redford, que “susurraba” a los caballos en una película, algo así como si fuera su “encantador”, y a Mandelstam, un poeta ruso de origen judío-polaco que murió malamente en un gulag de Siberia gracias a la amabilidad de Stalin.

Los maestros utilizan el susurro para ayudar a los niños a desarrollar actividades lectoras. Hay teléfonos susurrantes (whisper phone), en forma de juguetes o audífonos, para que los niños puedan pasar con facilidad las páginas mientras leen susurrando.

Hay incluso alguna empresa ─dedicada a vender pollo frito, por cierto─ que garantiza la fiabilidad del susurro. Es un dispositivo que permite pasar información clasificada entre amigos; fácil de utilizar y cómodo para llevar; no necesita wifi, ni cargador, ni baterías. Ideal para sortear virus, o sea, para conectarse sin tocarse. Bueno, en realidad, yo lo utilizaba ya cuando era niño: dos vasos de cartón, unidos por una cuerda de un par metros, uno para cuchichear y otro para escuchar.

Comunicarse sin estridencias, sin hacer ruido, es una actividad gratificante, pero no podemos reducirlo todo a susurros, porque estaríamos continuamente bajo decibelios, en una especie de permanente runrún agotador y deprimente, aunque es mucho peor aún utilizarlo para emponzoñar la vida social. Hay quienes se dedican a vivir de eso de manera impúdica.

Así que, para dejar algo de buen gusto, permítanme ustedes volver a Osip Mandelstam (┼1938), que tenía la costumbre de caminar susurrando para encontrar la musicalidad de sus versos:

«Toma de mis manos, para alegrarte,
Un poco de miel y un poco de sol …

Ahora sólo nos quedan besos
Secos y espinosos como abejitas …

Alimentadas con madreselva, tiempo, menta …
Que convirtieron la miel en sol».

Atravesamos una época en la que escasean los besos. El virus pasará. Los besos quedarán. Son susurros de la vida diaria ─a veces “secos y espinosos” ─, pero suavizan las desgracias, llenan los vacíos, curan el pasado, compensan el sufrimiento, confirman el cariño… nos humanizan.

… «madreselva, tiempo, menta … un poco de miel y un poco de sol» … susurros… besos…

No hay ruidos en casa. Sólo música de fondo. En una esquina de la mesa tengo un sombrero que me está sonriendo.

TINO QUINTANA

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética Clínica (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

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