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Principios éticos

Principios generales: normas amplias que abarcan muchos campos de actuación, tienen carácter universal, valen en todas las situaciones y carecen de excepciones: «haz el bien y evita el mal», por ejemplo. Principios de carácter medio: no-maleficencia, justicia, beneficencia y autonomía; valen siempre y cuando no colisionen entre sí; por eso se llaman principios «prima facie» y se han convertido en los principios canónicos de la bioética.

Eutanasia: perspectivas éticas

Eutanasia: perspectivas éticas 150 150 Tino Quintana

El término «eutanasia» se emplea de manera muy diversa por los diversos agentes involucrados en el debate sobre su legitimidad (legisladores, juristas, políticos, filósofos, sanitarios, sociólogos, confesiones religiosas, asociaciones en pro o en contra de estas prácticas, etc.); disparidad que, como no podía ser de otro modo, enmaraña enormemente dicho debate y conduce a numerosos equívocos.

En no pocos escritos, además, el discurso ético se focaliza en la cuestión jurídico-política, o sea, en la pregunta sobre la conveniencia o no de aprobar leyes que permitan, o al menos despenalicen, algunos o todos los supuestos de eutanasia. Siendo ésta una de las grandes preguntas que pone la eutanasia, no agota la cuestión ética, pues no dice nada o poco respecto a la valoración ética personal que ha de darse a la acción de quitarse la vida o de colaborar activamente en ello por un tercero. La licitud jurídica no convalida la bondad ética.

También es necesario tener en cuenta que la instalación de la eutanasia es un signo del cambio del pensamiento humano, en el cual se adopta una posición donde prevalece en forma la autonomía como valor primordial. Este cambio individual se manifiesta luego como una petición de la sociedad y por último se intenta otorgarle un aval jurídico en aras del bien colectivo.

Para ver información  especializada, véase en Enciclopedia de Bioderecho y Bioética y en Enciclopedia de Bioética, por ejemplo.

El artículo completo de esta entrada del blog puede verse en Eutanasia. Perspectivas éticas

El transhumanismo (H+)

El transhumanismo (H+) 150 150 Tino Quintana

Dicho de manera muy resumida, podría decirse que el trans/posthumanismo se refiere a todas las técnicas materiales de aumento o mejora (física, cognitiva, emocional) del hombre. Como afirma Luc Ferry, «hablar de ‘pesadilla transhumanista’ es tan estúpido como hablar de salvación transhumanista». Las cuestiones centrales son: ¿Qué es lo humano? Y, en el fondo, esta otra: ¿Quién y qué es el ser humano?

En todo este asunto es muy importante distinguir dos niveles de reflexión, aunque la línea divisoria no siempre está clara: por un lado, tenemos las realidades o, al menos, los proyectos auténticamente científicos y, por otro lado, tenemos las ideologías que los acompañan, a veces seductoras, a veces interesantes y, también, detestables o terroríficas.

Para más información, véase Encyclopèdie du trans/posthumanisme, Librairie philosophique J. Vrin, 2015

El artículo completo de esta entrada del blog puede verse en El transhumanismo

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La protección de datos en el ámbito sanitario

La protección de datos en el ámbito sanitario 150 150 Tino Quintana

Los datos de salud pertenecen a la esfera más personal e íntima de una persona Por tanto, su protección no sólo es consecuencia del derecho a tener una vida privada. En el fondo está en juego la dignidad personal de cada ser humano, que debe ser tratado como una persona, no como un “caso”, es decir, como un ser único e irrepetible. No es algo, sino alguien, un sujeto digno de respeto.

Los servicios sanitarios trabajan con información personal que sólo puede ser gestionada eficazmente con el apoyo de las tecnologías de la información y la comunicación. Los datos de salud son instrumentos necesarios para garantizar la asistencia sanitaria de las personas, y, por tanto, están íntimamente vinculados al derecho a la vida, a la intimidad y la protección de la salud.

Los imperativos básicos de la ética adquieren también aquí todo su significado: que el ser humano sea humano y actúe con sentido humano; que lo humano sea practicar lo bueno y lo justo; que lo bueno y lo justo gire en torno a la órbita de la dignidad humana; y que la dignidad humana se verifique en el cumplimiento de los derechos humanos.

Para mayor información, véase, por ejemplo, Enciclopedia de Bioderecho y Bioética

El artículo completo de esta entrada puede verse en Protección de datos en salud

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A vueltas con los principios

A vueltas con los principios 150 150 Tino Quintana

El debate sobre los principios de la bioética se inicia en el año 1974, cuando el Congreso de los Estados Unidos crea la una comisión especial (National Commission for the Protection of Human Subjects of Biomedical and Behavioral Research) para identificar los principios éticos básicos que deberían regir la investigación con seres humanos en la medicina y las ciencias de la conducta. En 1978, los comisionados publican el “InformeBelmont en el que distinguen tres principios éticos básicos: respeto por las personas, beneficencia y justicia.

Pero el “Informe Belmont” sólo se refiere a las cuestiones éticas surgidas en el ámbito de la investigación clínica y, en concreto, a la experimentación con seres humanos. Un año después, Tom L. Beauchamp, miembro de la citada Comisión, y James F. Childress, publican su famoso libro Principios de ética biomédica (revisado luego en cuatro ocasiones), donde reformulan esos principios y los aplican a la ética asistencial con la siguiente denominación: no maleficencia, beneficencia, autonomía y justicia.

Estos autores, al igual que la citada comisión, colocan en primer lugar el principio de autonomía, probablemente por las nefastas consecuencias conocidas por no respetarlo, aunque, en la práctica, no establecen ninguna jerarquía entre ellos ni están fundamentados en ninguna clase de teoría filosófica. Al planteamiento de estos autores, difundido por todas partes, lo llamaremos en adelante bioética convencional o estándar. Asimismo, la bioética centrada en esos principios se conoce habitualmente como “principialismo”.

A partir de entonces, los autores que han participado en el debate sobre los fundamentos de la bioética no han podido evitar tomar posición frente a los principios de la bioética estándar, bien sea para aceptarlos, modificarlos, completarlos o suprimirlos.

Nota: Estas líneas proceden de un artículo de J.C. Siurana Aparisi, “Los principios de la bioética y el surgimiento de una bioética intercultural”, VERITAS, 22 (2010) 121-157.

1. HAY QUE IR HASTA LA ÉTICA HIPOCRÁTICA

Conviene recordar que los principios de beneficencia y no maleficencia no han sido inventados por el Informe Belmont, ni por Beauchamp ni Childress, ni por ningún autor contemporáneo. Ambos son dos fórmulas de un solo y único principio que es, seguramente, el único principio universal de la ética: “haz el bien y evita el mal”. Ese ha sido el principio de la “sindéresis” de la filosofía medieval, es decir, la quintaesencia de la discreción o capacidad natural para juzgar rectamente la conducta.

Es un principio universal porque abarca todos los campos de la acción humana y, por ello, obliga siempre y en toda circunstancia. Jamás tiene excepciones. Lo que sucede es que no concretada nada, porque no define qué es ese mal a evitar y ese bien a cumplir. Pero, en fin, tampoco demos más vueltas. Ese principio ya aparece con total claridad en el Juramento de Hipócrates y en los escritos hipocráticos. En estos últimos está recogido en una expresión que ha hecho verdadera fortuna: “ayudar o, al menos, no hacer daño”. Ahí no se están contraponiendo dos obligaciones. Al contrario, se están graduando al decir que lo primero es “ayudar” (el bien interno de la praxis médica) y, cuando eso no sea posible, lo que se debe hacer es “no causar daño”, sin perder de vista que esto último no tiene carácter absoluto y significa que “el médico jamás perjudicará intencionadamente al paciente”, como dice el art. 5.4 del codigo_deontologia_medica español, por ejemplo.

Es necesario recordar que lo que confiere legitimidad y sentido a la praxis médica es la búsqueda del bien al paciente, que no es un bien cualquiera, sino un bien clínico o terapéutico, objetivo, mensurable y específicamente relacionado con la salud y la vida del enfermo. Hacer ese bien, o sea, hacer esa beneficencia (del latín bonum facere) es el santo y seña de la medicina, porque se trata de un bien intrínseco a la misma praxis médica, que adquiere formas concretas en las numerosas especialidades de la medicina. Esa es la razón por la que la medicina es ética en sí misma, por su propia naturaleza, y no por accidente o coincidencia.

En la praxis médica se condensa toda la fuerza y todo el saber de la sindéresis ética universal: hacer el bien y evitar el mal. Luego vendría la necesidad de incorporar el principio de autonomía o respeto a la persona, simplemente porque alguna vez se tenía que formular positivamente esa obligación ética ante el cúmulo de desvergüenzas que el propio ser humano ha arrojado sobre sí mismo. Y vendría también la necesidad de incorporar el principio de justicia, no sólo porque de él se ha hablado siempre (también desde el Juramento de Hipócrates), sino porque hay muchas partes del mundo donde el acceso y la distribución de los recursos sanitarios no es ni mucho menos igual para todos, o sea, son injustas.

Sin embargo, los autores norteamericanos lo concentraron todo en la obligación del conocido primun non nocere, que surgió en las polémicas neohipocrácticas del siglo XIX, y que exige priorizar las normas negativas (no hacer daño) sobre las positivas (hacer el bien) dado que aquellas obligan primero y con más fuerza que las de beneficencia. Hay que reconocer la fuerza que ha tenido y tiene ese aforismo latino, pero se aleja bastante del sentido y la riqueza que tiene lo expuesto en los escritos hipocráticos.

Pero, con el fin de poner un poco de orden a lo que sucedió después del libro de Beauchamp y Childress, y una vez recordada la procedencia de los principios, en particular los de beneficencia y no maleficiencia, vamos a ver un pequeño panorama global, nada exhaustivo.

2. ÁMBITO NORTEAMERICANO

Habría que detenerse a examinar las relaciones de la bioética con el pragmatismo clínico, el liberalismo, la moralidad común, la ética médica comunitarista o la bioética del permiso, entre otras manifestaciones diferentes o contrarias a la bioética estándar. Aquí nos centramos sólo en el casuismo, el utilitarismo y sus relaciones con la bioética.

1. El casuismo en ética clínica
A.R. Jonsen, M. Siegler, W.J. Winslade, presentaron una propuesta que, en lugar de tomar como punto de partida los cuatro principios de la bioética estándar, adoptaba un proceso inductivo: analizar primero cada caso clínico, en particular los que incluyan problemas éticos, siguiendo cuatro parámetros fundamentales: 1) las indicaciones médicas, 2) las preferencias del paciente, 3) la calidad de vida, y 4) los aspectos contextuales (sociales, económicos, jurídicos, administrativos, etc.).

Sin embargo, lo más llamativo resulta ser el recurso final a los principios una vez analizados los casos concretos. De ese modo, 1º) las indicaciones médicas tienen que hacer referencia explícita a los principios de beneficencia y de no-maleficencia; 2º) las preferencias del paciente tienen que hacer referencia explícita al principio de respeto a la autonomía personal; 3º) la calidad de vida tiene que hacer referencia explícita, según nuestros autores, a los principios de beneficencia, no-maleficencia y respeto a la autonomía personal; y 4º) los aspectos contextuales tiene que hacer referencia expresa a los principios de lealtad y justicia.

Y añaden lo siguiente: “Como mejor se comprenden las normas y los principios éticos es en el contexto particular de las circunstancias reales de un caso”.

2. Utilitarismo y bioética
Peter Singer, australiano afincado en USA, es uno de los representantes más destacados del utilitarismo en bioética. En su libro Ética práctica (1995) presenta dos principios básicos:

  • Las mejores consecuencias para todos los afectados: las “mejores consecuencias” son aquellas que, en general, no se limitan sólo a la cuestión de aumentar el placer o reducir el dolor individual, sino a favorecer los intereses de todos los afectados por nuestras acciones intentando ponernos en la posición de los demás.
  • El principio de igual consideración de intereses: es el principio básico de igualdad entre los seres humanos, fundamentado en el hecho de tener intereses, como principio mínimo de igualdad y dice así: “En nuestras deliberaciones morales debemos dar la misma importancia a los intereses iguales de todos aquellos a quienes afectan nuestras decisiones y acciones”.

3. ÁMBITO EUROPEO

1. Los principios éticos de Tavistock
Forman parte de la Principios de Tavistock (1997), orientada a reforzar la conciencia ética de los sistemas sanitarios y de sus profesionales. Son los siguientes:

1. La asistencia sanitaria es un derecho humano.
2. La salud de la persona está en el centro de la asistencia sanitaria, pero debe ser contemplada y practicada dentro de un contexto global de trabajo continuo para generar los mayores beneficios sanitarios posibles para los grupos y los pueblos.
3. Entre las responsabilidades del sistema sanitario figura la prevención de la enfermedad y el alivio de la incapacidad.
4. Es un imperativo de quienes trabajan en el sistema de asistencia sanitaria la cooperación entre sí y con aquellos a quienes sirven.
5. Todas las personas y grupos implicados en la asistencia sanitaria, ya proporcionen acceso o servicios, tienen la obligación permanente de contribuir a la mejora de su calidad.
6. Primum non nocere.

2. Una posible bioética europea
Jacob Dahl Rendtorff y Peter Kemp en un importante libro que recoge los resultados del Proyecto EU-Biomed II (2000), que aglutinó a investigadores de diversos países europeos, nos dicen que la persona es un punto clave, y entienden que los principios éticos básicos de Europa en Bioética y Bioderecho son los siguientes: 1) autonomía, 2) dignidad humana, 3) integridad y 4) vulnerabilidad. El marco de todos ellos es la solidaridad y la responsabilidad.

3. La bioética laica

El principio cardinal de la bioética laica está recogido expresamente en la conocida fórmula «etsi Deus non daretur», significando con ello que laico es quien entiende la vida apoyándose exclusivamente en valores mundanos y/o de la sociedad civil, renunciando a la búsqueda de cualquier fundamento trascendente. De ese modo, identificarse y vivir como laico implica garantizar idéntico respeto y consideración ética a cada persona, prescindiendo de sus convicciones religiosas.

Esa igualdad de respeto es esencial para mantener la libertad y la convivencia pacífica en una sociedad pluralista. Tiene una serie de aspectos comunes, como la centralidad de la autonomía y de la libertad individual, el valor atribuido a la calidad de la vida, la disponibilidad de la vida en función de los valores de la persona, y la ética como disciplina esencialmente humana al margen de cualquier autoridad moral o natural. Uno de los más cualificados representantes ha sido Uberto Scarpelli (1924-1993), de quien provienen los siguientes principios:

1. Principio de tolerancia: debe extenderse actualmente a todo conjunto de creencias y a cualquier ética que sean capaces de configurar y de guiar la existencia de los seres humanos.
2. Principio de daño: es la limitación de la tolerancia y se interpreta desde el pensamiento de S. Mill, es decir, cada uno es libre hasta donde el ejercicio de su libertad no provoque un daño a otro o a otros, negando así la libertad del otro o de los otros.
3. Principio de gradualidad: comporta un derecho siempre creciente a la vida que es proporcional al aumento de la conciencia, el intelecto y la capacidad para gozar y para sufrir y, para saberlo, estamos condicionados por la situación histórica, cultural y social en que vivimos.

Los principios anteriores son una concreción de otro principio superior que, basado en la segunda formulación del imperativo categórico kantiano (la persona como fin en sí misma y nunca como medio) da pie para abordar el tema de una bioética centrada en la dignidad de la vida humana. El ser humano está en el centro mismo de la realidad y, ante la ausencia de una fuente externa de valor, considera que es la propia vida de cada uno la que produce valores y se juzga a sí misma a partir de ellos. La vida vale en cuanto es la condición de posibilidad para la realización de los valores, en particular el de la libertad.

4. ÁMBITO LATINOAMERICANO

Los países latinoamericanos han sido capaces de crear, durante los últimos veinte años, una verdadera red de centros, observatorios e instituciones de bioética, fundamentados y orientados de manera expresa a las necesidades sociales, económicas, culturales, sanitarias y ambientales de la población más pobre y débil. Entre las muchas y sugerentes cosas que sería necesario decir están los nuevos planteamientos de fondo de la bioética en términos de intervención, protección y derechos humanos, por ejemplo.

  • Bioética de intervención. Pretende buscar respuestas adecuadas para analizar los macroproblemas y conflictos colectivos que tienen relación concreta con los temas bioéticos persistentes constatados en los países pobres y en desarrollo. Es una propuesta conceptual y práctica que pretende avanzar como una teoría periférica y alternativa a los abordajes tradicionales verificados en los llamados países centrales, principalmente el principialismo. Tiene una fundamentación filosófica utilitarista y consecuencialista, proponiendo una alianza con los seres humanos más frágiles y vulnerables. Categorías como liberación, responsabilidad, cuidado, solidaridad crítica, alteridad, compromiso, transformación, tolerancia y otras, además de la prudencia (frente a los avances), prevención (de posibles daños e iatrogenias), precaución (frente al desconocido), y protección (de los más frágiles, de los desasistidos), son indispensables para una bioética comprometida con los más vulnerables, con la “cosa pública” y con el equilibrio ambiental y planetario del siglo XX. 
  • Bioética de protección. Su pretensión distintiva es abandonar el terreno de la reflexión y dedicarse a la acción, reconociendo las necesidades reales de los seres humanos concretos, a quienes no hay que echar discursos sino atender y asistir a sus problemas de supervivencia. La ética de protección es concreta porque atiende a individuos reales que sufren desmedros o insuficiencias de empoderamiento que son visibles; y es específica porque cada privación es identificable y distinguible, como lo han de ser los cuidados y el apoyo. Las acciones terapéuticas son, por tanto, protecciones específicas y concretas, sea en lo social o en lo individual. La protección se juega en el terreno de las realidades personales y sociales, donde los anhelos de igualdad y autonomía pasan por un apoyo a los débiles que les permita emprender el camino hacia la ecuanimidad. Una condición indispensable para conseguirlo es superar o no incurrir en las relaciones de protección colonial y paternalista. 
  • Bioética y Derechos Humanos. No es una bioética de los principios éticos, de las virtudes, del cuidado, de la persona, del género, o de otras concepciones posibles que toman como núcleo conceptual fundamental términos que no sean los Derechos Humanos. Lo que afirma es que los Derechos Humanos son la frontera demarcatoria entre los mundos de la moral y la inmoralidad, de tal modo que sólo desde ellos es posible hoy la construcción crítica y reflexiva de toda bioética. Frente a la hegemonía del neoliberalismo y neopragmatismo, y su correspondiente bioética liberal y principialista, los países pobres o de mediano desarrollo piden prestar atención en bioética a la pobreza, al medio ambiente y los daños para las generaciones futuras, al desarrollo de políticas de salud pública que procuren la equidad, a las poblaciones vulnerables y vulneradas, a la diversidad cultural, y a las cuestiones sociales y de responsabilidad pública. La Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos (UNESCO 2005) rompió la hegemonía de la concepción principialista y quedó reconocida la estrecha asociación entre la bioética y los Derechos Humanos, cosa que sólo es posible cuando se experimenta la indignación por las injusticias sufridas. La indignación es la fuente primaria de la moral y la razón de ser de las exigencias éticas, que son reconocidas en justicia por los Derechos Humanos. Por ello los Derechos Humanos y la bioética tienen su punto de vinculación indisociable en la dignidad humana y en los actos reinvindicativos de la misma a que nos conduce toda indignación. La bioética de los Derechos Humanos no es más que la postulación de una moral básica universal.

Para mayor información, véase el Diccionario latinoamericano de bioética, p.161-180.

5. ÁMBITO AFRICANO

En África hay alrededor de 1000 pueblos con diferentes culturas, pero hay un modo africano de ver el mundo. En el pensamiento y las costumbre africanas  hay dos principios éticos básicos con los que se reinterpretan los cuatro principios de la bioética estándar:

  • El principio de la fuerza vital. El fin último de cada uno es adquirir vida, fuerza vital. «Lo que incrementa la vida o la fuerza vital es bueno; lo que la disminuye es malo».
  • El principio del comunalismo. El valor clave para las sociedades africanas es la comunidad. Ser es pertenecer y un individuo existe colectivamente en términos de familia, clan y grupo étnico. “La salud de uno es un asunto de la comunidad, y se espera que una persona preserve su vida por el bien del grupo”.

6. ÁMBITO ASIÁTICO

1. Visión general

En el Este y el Sudeste de Asia las personas actúan en la dirección que enfatiza mantener buenas relaciones con otros. Se trata de la “orientación ética del tipo-de-relación”. En los países occidentales prevalece en cambio la “orientación ética del tipo-de autonomía”. La orientación por el tipo-de-relación tiende a evitar la confrontación abierta con los otros. Esta orientación recoge las ideas de dos principios de ética biomédica. “En los esfuerzos dirigidos hacia el mantenimiento de buenas relaciones con los otros, los principios éticos en juego son los de no-maleficencia y beneficencia”.

2. Bioética japonesa
La ética biomédica japonesa tiene en cuenta los siguientes principios desde los que reinterpreta los cuatro principios de la bioética convencional:

  • El recurso al consenso en el seno de la familia y en la comunidad. “Las personas se sienten perdidas sin el recurso a un consenso que pueda aceptar no solamente la familia del paciente, sino también la comunidad general”.
  • La noción de simbiosis de todos los seres vivos. Esta visión está basada en la convicción budista de que todos los seres vivos tienen espíritu y son interdependientes.
  • El deseo de muerte natural. El deseo de morir sin prolongaciones técnicas exageradas se basa en parte en el carácter japonés según el cual no es adecuado molestar a otros demasiado, la visión tradicional de la naturaleza.
  • La cobertura universal de los cuidados de la salud. “Uno está libre, al menos en términos de medicina básica, de la preocupación financiera sobre quién pagará el tratamiento médico”.

7. ÁMBITO DE LAS GRANDES RELIGIONES

1. Principios de bioética católica
Uno de sus principales representantes es Elio Sgreccia en su Manual de Bioética, donde expone los siguientes principios:

1. Principio de defensa de la vida física: la persona es cuerpo y la vida física es el valor fundamental sobre el que se apoyan el resto de valores y derechos de la persona.
2. Principio de totalidad: es lícito intervenir en una parte del cuerpo cuando no hay otra forma para sanar o salvar su totalidad: acentúa que la persona humana con el organismo corpóreo constituye una totalidad y el organismo mismo es una totalidad.
3. Principio terapéutico: es lícito intervenir en una parte del cuerpo cuando no hay otra forma para sanar o salvar su totalidad.
4. Principio de libertad y responsabilidad: la persona es libre para conseguir el bien de sí mismo y el bien de las otras personas y de todo el mundo, pues el mundo ha sido confiado a la responsabilidad humana.
5. Principio de la sociabilidad: toda persona está obligada a realizarse participando en la búsqueda del bien común del que forma parte la vida física como valor básico.
6. Principio de subsidiariedad: completa al anterior diciendo que la sociedad tiene la obligación de ayudar más allí donde las necesidades son más graves y urgentes.

No obstante, hay autores, como J. Finnis y A. Fisher, que interpretan los principios de Beauchamp y Childress desde la perspectiva del catolicismo. En lengua española es representativa la obra de J. Gafo, Bioética teológica, Universidad de Comillas, Madrid, 2003.

2. Principios de bioética judía
El modelo judío de toma de decisiones en medicina está compuesto de una tríada: el médico, el rabino y el paciente. Además de la valoración de los cuatro principios estándar desde la perspectiva judía, sobresalen los siguientes principios de la bioética:

1. El judaísmo plantea responsabilidades, obligaciones, deberes y mandatos, más bien que derechos o el puro hedonismo.
2. Favorece la aproximación casuista, más que la adhesión a principios generales.
3. Se opone a la absolutización de cualquier precepto singular, que tenga preferencia sobre cualquier otro principio.
4. El estudio de la ética no se queda en un ejercicio académico, sino que hay que actuar en consecuencia.
5. La relación médico-paciente se considera una alianza en la que el médico tiene siempre la obligación de ayudar a los necesitados.
6. Considera que la búsqueda de atención médica por parte del paciente es un imperativo moral. Nadie tiene el derecho de rechazar un tratamiento considerado necesario y efectivo por una opinión competente.
7. La vida humana es sagrada y de valor supremo. Constituye uno de los principios más importantes del judaísmo. Cada vida humana es igualmente valiosa, por lo que matar a un paciente decrépito próximo a la muerte constituye exactamente el mismo crimen de asesinato que matar a una persona joven y saludable.

La primera regla de la medicina es no dañar al paciente. Asimismo, la beneficencia es un principio muy relevante, mientras que la autonomía tiene mucha menos relevancia. Por otro lado, la toma de decisiones clínicas no es un derecho exclusivo del paciente. Las decisiones relevantes han de ser tomadas entre el paciente, el médico, el rabino y la familia del paciente, siendo especialmente determinante la opinión del médico.

3. Principios de bioética musulmana
Respecto a los principios de Beauchamp y Childress, los autores islámicos se limitan a referir su existencia “sin profundizar en una reelaboración o jerarquización de ellos. Se trata además de una orientación fuertemente jurídica, tendente a encontrar una solución institucionalizada de los problemas, más que a incrementar la reflexión en la toma de decisiones. Los principios de la bioética islámica son los siguientes:

1. El carácter sagrado de la persona humana. La vida es un don divino que debe ser protegido desde su inicio, pero aun siendo un valor supremo no es un valor absoluto o un derecho inalienable.
2. El principio de necesidad. Este principio se basa en varios pasajes del Corán. La necesidad hace excepciones a la regla y convierte en lícito lo que a otras personas estaría prohibido. El valor principal que se protege con ello es la vida.
3. El principio del “beneficio público”. Mediante este principio, que recoge la idea del altruismo presente en el Corán, se antepone el interés de la comunidad sobre el interés del individuo.

4. Principios de bioética budista
El budismo es una tradición tremendamente diversa, con más de 2500 años de desarrollo en Asia. Sólo recientemente han empezado los budistas a diseñar una bioética sistemática. Los principios de la bioética budista son los siguientes:

1. No-maleficencia. La primera obligación es no dañar a otros y eso es tanto más malo cuando más virtuosa era la persona muerta.
2. Compasión y beneficencia. La compasión por la infelicidad de los demás implica el compromiso de hacer el bien buscando su felicidad y buena suerte.
3. Veracidad. La práctica del paternalismo ocultando la verdad al paciente es inaceptable.
4. El respeto por la vida humana. Es el principio fundamental de la ética budista, y exige no quitar la vida. Esto no significa que la vida tenga que ser mantenida a toda costa.
5. La autonomía.  “El valor de la vida humana se encuentra en la capacidad para la elección consciente”, es decir, en su autonomía.
6. La intención. Una acción es inmoral si surge de estados mentales dominados por la avaricia, el odio o el engaño, mientras que es moral cuando surge de estados caracterizados por cualidades opuestas. La moralidad de un acto se determina por el estado interior del individuo.

8. DECLARACIONES INTERNACIONALES

A todo lo anterior habría que añadir una exposición detallada de los principios éticos expuestos en las grandes declaraciones de carácter internacional. Basta recordar la Convención Europea de Bioética o Convenio de Asturias (1997), pionero de las grandes declaraciones internacionales sobre el tema y puerta abierta otro modo exigente y actual de comprender la bioética en el complejo campo de la biomedicina; la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos (UNESCO 2005), que abrió las cuestiones éticas relacionadas con la medicina, las ciencias de la vida y las tecnologías conexas aplicadas a los seres humanos, hacia la toma de conciencia sobre sus dimensiones sociales, jurídicas y ambientales; o la interesante Declaración de Rijeka (2011), donde se recupera la genial intuición de V.R. Potter sobre la bioética como “puente hacia el futuro” y “ciencia para la supervivencia”. Sería demasiado largo detenerse en ello. Sirva como ejemplo más reciente el Report on the Human Genome and Human Rights_2015 (UNESCO), con cinco principios éticos que articulan todo el documento:

1. Respeto a la autonomía y a la intimidad.
2. Justicia y solidaridad.
3. Conocimiento de la enfermedad y la salud.
4. Contexto cultural, social y económico de la ciencia.
5. Responsabilidad hacia las futuras generaciones.

ALGUNAS CONCLUSIONES

En primer lugar, es necesario subrayar que los principios de Beauchamp y Childress han sido interpretados de manera diferente desde culturas también diferentes, donde se han puesto de relieve otros principios cargados de sentido ético. Sin embargo, en la mayoría de esos casos, siempre se han entendido como un marco para analizar los problemas éticos de las ciencias biomédicas. No lo dicen todo, ni lo aclaran todo, ni lo suponen todo. Son sólo principios generales, susceptibles de ser matizados y completados por otros de igual rango, pero útiles para hablar un mínimo lenguaje moral común, para disponer de una gramática moral básica de corte universal. Lo relevante, pues, no consiste en estar a favor o en contra de tales principios. Lo verdaderamente relevante es que el vivo debate en torno a ellos ha generado una reflexión sobre la bioética de carácter universal que, en la medida en que forma parte del lenguaje bioético en todas las culturas constituye, por así decirlo, una base importante para construir lo que podríamos llamar una bioética global o una “bioética intercultural”, como dice J.C. Siurana o, también una “bioética cívica mundial” basada en mínimos comunes a todas las culturas, como diría A. Cortina.

Por otra parte, los cuatro principios de la bioética encierran un potencial enorme: su estrecha relación con los valores y los derechos humanos. El derecho al consentimiento informado, por ejemplo, es una concreción del valor de la libertad y se actúa cumpliendo el principio del respeto a la autonomía informada de la persona enferma. Se puede afirmar, por tanto, que los principios de la bioética traducen los valores y los derechos humanos al lenguaje bioético. Y así, cuando se le pide al profesional sanitario que se rija por el deber de hacer el bien, lo que hace, en principio, implica velar y proteger dos valores fundamentales: la vida y la salud del paciente. Pero, al mismo tiempo, dicho precepto se ve limitado por el respeto debido a la libertad de la persona, por una parte, y por la obligación de cooperar con una sociedad y unas instituciones que procuran ser más equitativas y justas o, lo que es lo mismo, por el deber de objetivar de manera positiva otros dos valores básicos: la libertad y la justicia equitativa (igualdad). Por tanto, “el derecho a la vida, a la libertad y a la igualdad constituyen el subsuelo de los principios de beneficencia, autonomía y justicia”, como dice V. Camps.

También reviste mucho interés la aportación de A. Cortina, que distingue entre éticas de mínimos normativos universalizables, que pueden ser defendidos con argumentos alcanzando intersubjetividad y éticas de máximos, referidas a la peculiar idiosincrasia de los individuos y los grupos, que han de ser respetadas en la medida en que no violen los mínimos universalizables. Así, “la ética de mínimos, fundada en la noción de autonomía, exigirá respetar los ideales de autorrealización de los individuos y los grupos, siempre que no atenten contra los ideales de los demás hombres”. Y no cabe la menor duda de que, ante el pluralismo reinante en nuestras sociedades, exige argumentar sobre una base compartida, y esa base es la ética cívica, que contiene valores como la autonomía, la igualdad, la solidaridad, la tolerancia, el respeto activo a cada persona y la actitud de diálogo permanente. Y en este terreno tiene mucho que decir la bioética como espacio compartido por un mismo lenguaje común, el de los principios de la bioética, y donde se traducen y se protegen los valores y los derechos humanos.

En cualquier caso y, por encima de todo, a mi juicio, la bioética básica es realización de valores, cumplimiento de deberes (principios y normas), adquisición de excelencia o virtudes, y toma de decisiones éticas. Cada cultura se encarga de articular esas bases y llenarlas de contenido desde su respectiva percepción de valores, deberes, virtudes y decisiones. Los principios son sólo una parte de la bioética. Los de la bioética estándar o convencional pueden servir de referencia generalizada. No excluyente ni exclusiva. Quizá sea un camino idóneo para ir poco a poco hacia una bioética global e intercultural que necesita de las bioéticas, en plural, con sus respectivos valores y principios, para enriquecerse constantemente. Esto también vale, desde luego, para los Comités de Ética para la Atención Sanitaria, porque contar con un lenguaje mínimo ayuda a construir un lenguaje colectivo cada vez más rico en valores y principios para asesorar, informar o tomar decisiones éticas.

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Dos decálogos para pensar y actuar

Dos decálogos para pensar y actuar 150 150 Tino Quintana

En sentido estricto, la palabra “decálogo” significa diez mandamientos referidos habitualmente a los seguidos por el judaísmo y el cristianismo, aunque, en un sentido más amplio, se aplica también al conjunto de normas o consejos que, aunque no sean diez, son básicos para el desarrollo de cualquier actividad. Así pues, y a sabiendas de que su cumplimiento tiene que ver con la vida moral, es frecuente relacionarlo con múltiples ámbitos de la vida en general.

Aquí presentamos dos modelos que contienen razones y motivos suficientes para dar qué pensar y cómo actuar. Uno de ellos es de Bertrand Russel y, otro, muy reciente, es de dos mujeres (Lucía Taboada y Raquel Córcoles) que nos ofrecen diez pautas para no vivir amargados, puesto que, en realidad, eso no es sólo triste…es que no merece la pena.

I. UN DECÁLOGO LIBERAL

Bertrand Arthur William Russell (1872 – 1970) ha sido un filósofo, matemático, y escritor británico, conocido sobre todo por su influencia en la lógica-matemática y, también por su activismo social y su carácter polémico. Alumno y profesor del Trinity College, su obra más difundida ha sido Principia Mathematica, publicada en 1900 conjuntamente con Alfred North Whitehead. En 1950 ganó el Premio Nobel de Literatura “en reconocimiento de sus variados y significativos escritos en los que defiende ideales humanitarios y la libertad de pensamiento”. Para mayor información véase, por ejemplo, The Bertrand Russell Research Centre (McMaster University-Canadá)

El 16 de diciembre de 1951, Russell publicó en New York Times Magazine un artículo titulado «The best answer to fanaticism: Liberalism«, donde exponía al final un decálogo que, según él, todo profesor debería desear enseñar a sus alumnos. Posiblemente tal decálogo no sea una enseñanza completa en sí, pero enseña los pasos necesarios que toda persona ha de intentar dar para encontrarse con la razón y alejarse de todo tipo de supersticiones y creencias sin fundamento alguno. El propio Russell hacía una introducción diciendo que lo presentaba para dar a conocer “la esencia de la perspectiva liberal y sin la intención de reemplazar los Diez Mandamientos, más bien de complementarlos si ello fuera posible”.

Nota: Por mi parte voy a reproducir esos diez mandamientos y, bajo cada uno de ellos, los comento siguiendo a Ricardo T. Ricci, “Bertrand Russell y sus diez mandamientos”.

1. No te sientas absolutamente seguro de nada
No sentirse seguro de nada no equivale a vivir en la duda agónica, sino a la actitud de vivir la vida acompañados por la incertidumbre, la necesidad de preguntar y la ayuda de los demás. Tiene mucho que ver con el “sólo sé que no sé nada” de Sócrates, es decir, con la auténtica sabiduría. Karl Popper ya nos decía aquello de que “Quizás yo no tengo razón y quizás tú sí la tienes [decía], pero, quizás también, estemos equivocados los dos” y podamos juntos llegar a un acuerdo aproximándonos más a la verdad.

2. No creas conveniente actuar ocultando pruebas, porque terminan saliendo a la luz
Ocultar las pruebas del conocimiento es absurdo. Cuando las hay, siempre aparecen. Es la esencia del espíritu científico y, en general, el quid de la búsqueda intelectual, el eje de la aspiración para conocer y saber. Así pues, este mandamiento es válido y saludable para recorrer el camino de la vida diaria.

3. Nunca te desanimes a pensar, porque seguramente tendrás éxito

Ponerse a pensar no es fácil, y quizás ahora menos que en otras épocas, porque, quien se decide a hacerlo advierte que cualquier forma de pensamiento libre y creativo es víctima de la enorme cantidad de ruidos circundantes que nos impiden pensar. Aquello que escribió Pascal de que la desgracia de los hombres tiene que ver con el no saber quedarse a solas en su habitación, es ahora más verdad que nunca. De todos modos, la recomendación de Russell tiene sabor a sano optimismo, a confirmar el inquebrantable tesón del ser humano que, con enormes aciertos y lamentables desaciertos, ha impulsado la ineludible necesidad de pensar…y pensar bien.

4. Cuando te encuentres con una oposición, incluso si viene de tu esposo/a o hijos, esfuérzate por vencerla con argumentos y no con autoridad, pues la victoria que depende de la autoridad es irreal e ilusoria

Cualquier opositor puede convertirse en un verdadero estímulo para la argumentación siempre que las divergencias contribuyan al conocimiento, entre otras muchas cosas. Pero el ser humano no es pura razón. La vida está repleta de emociones y sentimientos. La actitud de reprimirlos atenta contra la más básica higiene mental. «El corazón tiene razones que la razón no entiende» (Pascal) y, además, sacarlas a la luz, sobre todo si viene de los más cercanos, enriquecen la vida, o sea, la humanizan. Pero lo que parece un grave error es dedicarse a golpear la oposición y el disentimiento simplemente por el hecho de que nos creamos “la” autoridad. El peso de la autoridad se apoya en evidencias corroboradas, en argumentos convincentes y, sobremanera, en la integridad personal. He ahí por qué la victoria basada en la autoridad es no sólo ilusoria e irreal, como dice Russell. Yo me atrevería a asegurar además que, si está basada en la fuerza, es aterradora, destructiva y radicalmente inhumana.

5. No tengas respeto por la autoridad de los demás, pues siempre se encuentran autoridades contrarias que se pueden encontrar

Russel parece estar refiriéndose a ese tipo de autoridad que impide tanto la propia creatividad como el decidir por nosotros mismos. Así ocurre hoy con el poderío que ejercen sobre nosotros la moda, el consumo y la tecnología, hasta el punto de que “nos piensan”. No respetar la autoridad de los demás, como dice Russell, quiere decir, a mi juicio, que los argumentos de autoridad pueden no ser determinantes ni concluyentes, pero que carece de lógica empecinarse en desoírlos porque siempre termina apareciendo alguno ante las propias narices. No tenerlos en cuenta demostraría una actitud prepotente y temeraria, pero darles excesivo valor puede llevarnos a desertizar la propia razón y a paralizar el conocimiento. La experiencia y los consejos de los expertos son muy relevantes, por ejemplo, pero no pueden ir en contra del propio camino que cada uno va trazando a base de conocer y contrastar otras autoridades.

6. No uses el poder para reprimir opiniones que consideres perniciosas, pues si lo haces las opiniones te reprimirán a ti

El hecho de exponer y compartir nuestras opiniones con los demás constituye, en sí mismo, un proceso de aprendizaje y sociabilidad, modula nuestro comportamiento y nos ayuda a ser más asertivos y respetuosos con los puntos de vista ajenos. En cambio, la utilización de cualquier clase de poder para imponer las propias opiniones sobre las de los demás, por considerarlas perniciosas, como dice Russel, es una grave equivocación. Y lo es más aún si están basadas en desconocimiento. Sólo el conocimiento probado sirve de base para ofrecer opiniones y contrastarlas con las de los demás. La paciencia, la escucha, el diálogo y la humildad son aquí virtudes destacadas. De lo contrario, podría suceder que las opiniones de los otros terminen reprimiendo las nuestras.

7. No temas ser excéntrico en tus opiniones, pues todas las opiniones aceptadas ahora alguna vez fueron excéntricas

Somos excéntricos cuando afirmamos o hacemos algo que se sale de los cánones habituales. Los avances en las ciencias, por ejemplo, los hacen quienes tienen ideas nuevas, inspiraciones que alteran el orden constituido de tal modo que parece que se va contracorriente y que, por eso, parecen excéntricas. La educación a la que estamos habituados premia pocas veces la creatividad, la originalidad y la innovación. Premiar la memorización, la producción en cadena y la ley del menor esfuerzo, no es suficiente. Ser excéntrico, es decir, haberse salido del centro habitual, permite ver las cosas desde perspectivas diferentes y a menudo originales. Salirse del centro permite además, una nueva valoración de sí mismo y del mundo. Ambas condiciones favorecen la novedad, la originalidad, la creatividad y la innovación, como decíamos antes, pero nada tiene que ver aquí con tener un carácter raro o extravagante, aunque lo parezca.

8. Disfruta más con la discrepancia inteligente que con la conformidad pasiva, pues si valoras la inteligencia como debieras, la primera implica un acuerdo más profundo que la segunda

Aceptar el disentimiento, la opinión contraria, los argumentos opuestos, implica valorar la inteligencia del otro y, además, valorar nuestra propia inteligencia, porque en esa situación adquirimos la capacidad de reconocer y aprender de nuestros propios errores. Es entonces cuando tomamos conciencia de que no somos sin los otros y de que sólo somos ante los otros, en particular ante los diferentes y discrepantes, cuando caemos en la cuenta de que vivir es convivir a base de establecer acuerdos entre discrepancias y oposiciones. Hace posible aproximarnos a objetivos comunes y aceptar mínimos compartidos para vivir juntos. Nos impulsa a mejorarnos constantemente y, sobre todo, a reconocer nuestros límites como una condición del ser humano.

9. Muéstrate escrupuloso en la verdad, aunque la verdad sea incómoda, pues más incómoda es cuando tratas de ocultarla

Como dice Ricardo T. Ricci, la verdad se opone a la mentira y a la simulación; a la hipocresía; a la jactancia; a la falsa humildad; a la adulación; a hablar con ligereza; al juicio temerario, a la maledicencia, a la calumnia, la simulación, la duplicidad, a las posturas superficiales que conducen a fórmulas o actitudes vacías o a la imitación de otras personas. Sea cual sea la posición que se adopte ante el complejo problema de saber qué es la verdad, cuáles son sus características, cómo se puede alcanzar…parece ser que es decisiva para llevar adelante la vida y la convivencia, porque incluso negar de plano su existencia es incurrir en la contradicción de reconocer que esa es la verdad. Por eso aunque sea incómoda admitirla, es todavía más incómoda ocultarla.

10. No sientas envidia de la felicidad de los que viven en el paraíso de los necios, pues sólo un necio pensará que eso es la felicidad

Es demasiado presuntuoso juzgar acerca de los paraísos de los otros, y demasiado arriesgado incluirlos en la categoría de los necios. Russel nos dice al respecto: no tengas envidia de nada. Los paraísos de ruidos estridentes y de luces cegadoras, de risotadas estentóreas y de colores chillones, suelen estar vacíos. Esos pueden ser los paraísos de los necios. La gloria fugaz, el prestigio dudoso, el regodeo del poder o la felicidad del tener, son arrogancias, presunciones, envanecimientos y, sobre todo, necedades. Si en alguna vez creemos haber alcanzado un paraíso de esa clase, quizá sea sólo necedad y, a la larga, una ceguera para vivir.

Pero, ¿Qué felicidad? Russell lo resume en una de sus obras (La conquista de la felicidad, Austral, 14ª ed., Madrid, 1997, 221-226). Está convencido de que la felicidad se concentra en la vivencia de cosas sencillas como la casa, la comida, la salud, el amor, el éxito en el trabajo y el respeto de los seres queridos. Sin embargo, el núcleo de la felicidad reside en evitar el egocentrismo, es decir, aquellas pasiones, afectos e intereses que conduzcan a encerrarnos en nosotros mismos. El miedo, la envidia, la sensación de pecado, el desprecio de sí mismo y la propia admiración, son los deseos o pasiones más egocéntricas que nos impiden ver y abrirnos al mundo exterior, afirma Russell. Y si aparece alguien pregonando su propia felicidad, pongamos ojo avizor y hagamos caso A Russell: evitemos la envidia y pongámonos a construir nuestro espacio de felicidad sin alharacas ni agravios comparativos. Y, por encima de todo, tengamos en cuenta los infinitos matices de una vida inmersa en la complejidad, la incertidumbre y la búsqueda incesante de la felicidad, la justicia y el bien. En suma, “no sientas envidia de la felicidad de los que viven en el paraíso de los necios, pues sólo un necio pensará que eso es la felicidad”.

II. UN DECÁLOGO PARA DEJAR DE AMARGARSE

Lejos del tiempo y la forma en que se expresaba Bertrand Russell, hay otros modos de orientar la vida feliz basándose en criterios más prácticos, pegados a lo cotidiano, llenos de sentido común, que ponen de relieve el valor inconmensurable del ser humano y la primacía de cada persona sobre cualquier tipo de cosa que poseamos, por muy valiosa que sea. En nuestro tiempo es frecuente focalizar la felicidad en la apariencia, el éxito a cualquier precio, el afán de perfección y, como consecuencia, el olvido de la limitación, la dependencia y la imperfección como tercas compañeras de la vida que debemos asumir.

Precisamente hace poco tiempo, Lucía Taboada y Raquel Córcoles, publicaron un libro titulado Dejar de amargarse para ImPerfectas (Planeta, Barcelona 2014), donde analizan lo que preocupa a las mujeres —el amor, el físico, la salud, el trabajo y el futuro— ofreciendo un plan de 21 días que combina ejercicios mentales y físicos. El objetivo es lograr el punto intermedio entre la pluscuamImPerfecta que nos consideramos y la pluscuamperfecta que podríamos ser para otra persona. «La ImPerfecta es el punto a dónde tenemos que llegar para dejar de amargarnos». A través de cinco personajes, entre los que se encuentran la ImPerfecta que somos y la ‘saboteadora interior’ que llevamos dentro, las autoras han logrado dar forma a este manual en clave de humor, elaborado con ayuda de libros de psicología y de experiencias personales y ajenas.

La ImPerfecta es «una representación de todas», aseguran las dos autoras, que con este libro pretenden reivindicar la imperfección y entenderla como algo natural para todos sin excepción. «Nosotras creemos que nos imponemos y nos imponen una perfección y un ideal que no existe: tanto la sociedad, como los medios de comunicación, la publicidad, el trabajo e incluso nosotras mismas», explica Taboada. «Si intentas alcanzar ese ideal, sólo puedes amargarte porque es físicamente imposible conseguirlo en todos los sentidos», apunta Córcoles. Taboada recuerda, además, que esas imperfecciones son «a la vez lo que nos hace especiales y nos distingue de los demás». Un consejo que vale para mujeres y hombres, quienes quizás puedan tener algún día, también, su versión para ImPerfectos, algo que las autoras no descartan.

Mientras tanto, ¿Cómo podemos todos, hombres y mujeres, vivir sin amargarnos? Córcoles y Taboada lo resumen en diez claves o pautas para vivir más felices (en este caso los comentarios son de las propias autoras):

1. Desterrarás el “no puedo”

Hasta la estación espacial internacional.

2. Eliminarás el filtro negativo
Y comprobarás que todo se puede ver con otras tonalidades.

3. Te activarás
Empezarás descargándote una aplicación en tu móvil llamada “deja el móvil”.

4. Dejarás de comparar
Para eso ya está el perro de los seguros.

5. Aceptarás la incertidumbre
Y disfrutarás el presente.

6. Te amarás a ti misma sobre todas las cosas
Con autoconfianza, no con un ego del tamaño de Alaska.

7. No dejarás que el trabajo absorba tu vida
Siempre y cuando quieras tener una vida más allá del trabajo.

8. Pensarás en grises
Porque ser extremista es todo menos positivo.

9. Dejarás de buscar síntomas en Google
Especialmente de forocoches… o de enfermedades.

10. Pasarás tiempo consigo misma
Felicidades. Ya puedes poner que estás en relación contigo en Facebook (aunque a veces sea complicada)

Y hasta aquí hemos llegado esta vez, amigas y amigos. Espero que la práctica de esos mandamientos, o al menos algunos de ellos, contribuyan a vuestra felicidad.

Bibliografía online / Bibliografía papel

Autonomía, consentimiento, objeción de conciencia

Autonomía, consentimiento, objeción de conciencia 150 150 Tino Quintana

Las buenas prácticas en el ámbito de la salud vienen definidas, en gran medida, por el reconocimiento de la autonomía de las personas afectadas. Es necesario profundizar en su significado y sus implicaciones en orden a ayudar, defender, mantener y restablecer la máxima autonomía de la persona en las situaciones donde no puede hacerlo por sí misma.

Por otra parte, el consentimiento informado es una concreción de la autonomía de la persona. Adquiere rasgos específicos en el ámbito de la salud dependiendo del tipo de actuación sanitaria y puede definirse como «la conformidad libre, voluntaria y consciente de un paciente, manifestada en el pleno uso de sus facultades después de recibir la información adecuada, para que tenga lugar una actuación que afecta a su salud».

En cuanto derecho a estar protegidos de lo que cada uno considera característico de su identidad, la intimidad personal se expresa en términos de ida privada, privacidad, confidencialidad y secreto. En el ámbito sanitario tiene sus orígenes en el Juramento de Hipócrates y se ha venido recogiendo en los códigos deontológicos de las profesiones sanitarias hasta la actualidad.

Finalmente el derecho a la objeción de conciencia de los profesionales sanitarios se ha puesto de relieve con frecuencia a propósito de diversas cuestiones como el aborto, la eutanasia o la asistencia universal a los enfermos en los sistemas de salud.

Para más información, véanse las voces correspondientes en Enciclopedia de Bioderecho y Bioética.

El artículo completo de esta entrada puede verse en Autonomía, consentimiento, objeción de conciencia.25.10.2012

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Responsabilidad, virtudes, excelencia

Responsabilidad, virtudes, excelencia 150 150 Tino Quintana

Hay un acuerdo generalizado en atribuir a cualquier acción humana los siguientes rasgos: 1) que sea consciente, 2) que sea interiorizada, 3) que sea voluntaria y libre, sin ningún tipo de coacción, y 4) que sea imputable a alguien, o sea, que pueda atribuirse a una persona como responsable de sus consecuencias.

Por eso la responsabilidad forma parte de la estructura básica de toda acción humana y de todo comportamiento moral. No hay moral, ni ética, sin sujeto humano responsable. Y, por descontado, no es posible ninguna bioética sin fundamentarse en la responsabilidad.

NOTA: He utilizado publicaciones de P. Laín Entralgo, E. Pellegrino y D.C. Thomasma, D. Gracia, A. Bullock, J.G. Férez, J.A. Marina y Mª.J. Guerra.

1. LA RESPONSABILIDAD, PRINCIPIO ÉTICO DE LA BIOÉTICA

En sentido genérico, ser responsable es lo mismo que ser y tener capacidad para responder de algo o por alguien. Significa también poner atención y cuidado en lo que se hace o se decide. Equivale a ser capaces de justificar razonadamente la propia actuación y sus consecuencias, así como la capacidad de comprometerse y de cuidar de uno mismo o de otra/s persona/s. Así pues, el verbo “responder” significa prometer o comprometerse a algo con alguien, mientras que el término “responsabilidad” se refiere a la cualidad o condición de quien promete o se compromete con algo o con alguien.

Como ya hemos visto en otro lugar, la categoría ética de la “alteridad” introduce la responsabilidad en otra dimensión que es la de salir de sí mismo y recorrer el camino que lleva hacia los otros. Es la experiencia del rostro del otro (individuo o colectivo humano) que nos llama, nos interpela y suscita el deber de responder diciendo “heme aquí… dispuesto a dar a manos llenas”. Esa llamada a la responsabilidad nos convierte en sujetos morales, cuyas acciones miden su moralidad por principios y reglas (deberes) y, también, por las consecuencias (fines) que provocan.

Ser responsable en la atención y cuidado de una persona enferma supone: 1º) ser capaz de explicar por qué se ha actuado de una manera determinada y no de otra, 2º) prever las con-secuencias de las decisiones que se hayan adoptado, y 3º) deliberar sobre la elección de aquellas acciones que sean las más razonadas, razonables y prudentes.

Sin embargo, la responsabilidad es, sobre todo, la fundamentación primera de la moralidad, porque está en la base de la estructura moral del ser humano y en el origen de su libre autodeterminación para asumir obligaciones morales concretas. La responsabilidad evita, asimismo, que las decisiones sean meramente estratégicas o convencionalistas, fruto de intereses parciales, pero también evita que sean excesivamente rígidas. En ese sentido, la prudencia, tan querida por Aristóteles, recobra mucha importancia a la hora de gestionar los valores de la bioética y para aplicarla al cuidado de uno mismo, de los demás, del resto de los seres vivos, de la biosfera y de las generaciones futuras. En el fondo, la responsabilidad es el eje sobre el que gira la ética de las profesiones sanitarias y el criterio más importante para fundamentar la bioética. Es el principio ético de la bioética, otorgando al término “principio” el significado de lo que origina o está en el origen de algo…”su” principio.

2. LA IMPORTANCIA DE LAS VIRTUDES EN BIOÉTICA

El tema de la virtud ya fue abordado con amplitud por Aristóteles como elemento central de su ética nicomáquea. Ha sido tratada por muchos autores y escuelas a lo largo del tiempo. Tomás de Aquino, por ejemplo, dice que «la virtud es una cualidad buena de la mente, por la que se vive rectamente, de la que nadie usa mal y que Dios actúa en nosotros sin nosotros» (S.Th. I-II, 1-2, 55, 4).

El Catecismo de la Iglesia Católica ofrece una definición que seguramente podría ser admitida universalmente: «(la virtud es) una disposición habitual y firme de hacer el bien…(que) permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma» (Nº 1803). Dar “lo mejor de sí misma” equivale a la excelencia de la persona y por eso se la puede llamar “virtud de virtudes”.

Las características de la virtud podrían resumirse así: 1ª) disposición positiva ante los valores éticos: éstos son el contenido de las virtudes, 2ª) hábito de realizar o practicar un valor ético-moral, 3ª) disposición a actuar que se adquiere a través de hábitos repetidos, 4ª) las virtudes forjan el carácter de la persona, su modo de ser, una especie de segunda naturaleza adquirida a base de repeticiones, 5ª) se es virtuoso porque se está habituado a hacer algo bueno como parte de su manera de ser: actuar con justicia, con amabilidad, con sinceridad, con respeto…, 6ª) la persona virtuosa no piensa que debe cumplir con un deber, sino que actúa bien espontáneamente, podríamos decir que lo siente, 7ª) es un rasgo de carácter que dirige a la persona que lo posee hacia la excelencia, tanto en la intención como en la ejecución, respecto al fin propio o bien interno de una actividad humana, y 8ª) en las profesiones sanitarias se refiere, por un lado, a poner los propios conocimientos y habilidades al servicio del bien integral de las personas enfermas en su trabajo cotidiano y, por otro lado, a la práctica de sus bienes internos, es decir, sanar y cuidar, aliviar el dolor y el sufrimiento, proteger la salud y la vida.

Resultan de sobra conocidas las clásicas virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza), pero, en nuestro caso, hay una teoría ética que pretende servir de fundamento a la bioética basándose en el paradigma de las virtudes. Según esa teoría, la tabla de las virtudes en las profesiones sanitarias podría ser la siguiente (todas ellas pueden rastrearse con claridad hasta llegar a los escritos hipocráticos):

  • Fidelidad a la promesa: exigida por la relación de confianza médico-enfermo.
  • Benevolencia: querer y buscar que todos los actos sirvan al bien del enfermo.
  • Abnegación: subordinar los intereses personales al bien del enfermo.
  • Compasión: empatía y comprensión hacia la situación del enfermo.
  • Humildad intelectual: saber cuándo se debe decir “no lo sé” o “tengo que preguntarlo” y tener el coraje de hacerlo.
  • Justicia: respetar los derechos del enfermo y ajustarse a sus necesidades específicas, a su modo de ser y a que sea él mismo.
  • Prudencia: el discernimiento y la deliberación moral que disponen a elegir de manera razonable y ponderada (no garantiza certezas, no nos hace infalibles).
  • Cuidado: Disposición a promover constantemente la calidad de vida del enfermo, porque cuando ya no se puede curar…siempre se puede cuidar.

El esquema anterior es uno de los ejemplos actuales para entender la bioética desde las virtudes. Hay otros ilustres ejemplos, como J.F. Drane que propone como virtudes funda-mentales del médico la benevolencia, el respeto, el cuidado, la sinceridad, la amabilidad y la justicia. Y como M. Siegler para quien la virtud básica de la acción sanitaria es el respeto a las personas, incluyendo ahí la compasión, la sinceridad y la confianza.

A todo ello hay que añadir el trabajo publicado por la prestigiosa revista Hastings Center Report, entre los años 1992 y 1996, cuyo objetivo era deliberar y proponer “Los Nuevos Fines de la Medicina para el siglo XXI”. Esos fines se refieren: a la prevención de enfermedades y lesiones y promoción y mantenimiento de la salud; al alivio del dolor y del sufrimiento causado por la enfermedad y las dolencias; a la asistencia y curación de los enfermos, y los cuidados a quienes no pueden sanar; y a evitar una muerte prematura y velar por una muerte en paz. Precisamente a ese propósito es muy llamativo que para garantizar la consecución de esos fines o bienes inherentes a la medicina del siglo XXI, se añadieran una serie de virtudes morales diciendo que la medicina del futuro tiene que ser:

  • Notable con la propia vida profesional.
  • Moderada y prudente.
  • Asequible y sostenible.
  • Socialmente sensible y pluralista.
  • Justa y equitativa.
  • Respetuosa con las opciones y la dignidad humanas.

Más información en «E. Pellegrino: la virtud en la ética médica»

3. LA EXCELENCIA COMO “VIRTUD DE VIRTUDES”

Suele ser habitual decir que las profesiones sanitarias tienen dos niveles de exigencia: uno de mínimos, por debajo del cual se cae en la negligencia, y otro de máximos, que aspira a la excelencia. Al primero (mínimos) se le hace coincidir con el principio de no hacer daño, que tiene carácter público, obliga siempre y en toda circunstancia y, por ello, carece de excepciones. Es el nivel de lo correcto, lo debido u obligatorio, lo que está mandado hacer. El segundo (máximos) pertenece al ámbito de lo privado y subjetivo, en el que cada cual se marca su proyecto de vida personal conforme a su idea del bien y de la felicidad. Es el nivel referente a lo bueno, según como cada uno conciba la felicidad y la vida buena, y sabiendo que el bien es el móvil de la buena acción, el móvil de la moralidad. En este segundo nivel se debe aspirar a la excelencia, teniendo en cuenta que se debe aspirar, promover o aconsejar, pero nunca imponerla coactivamente.

No cabe duda de que los dos niveles anteriores aportan claridad y utilidad, pero, a mi juicio, no se corresponde por completo con los hechos. Veamos. Hay que distinguir esos dos niveles o planos de la ética, pero es necesario también complementarlos mutuamente. Cuando hacemos lo que debemos, es correcta la acción. Cuando, además, el móvil de la acción es el bien, la acción es buena. Un ejemplo típico (y “tópico”) es el caso del fariseo del Evangelio (Lc.18,9-14), cuya acción era correcta, conforme a la ley, pero no era buena porque su móvil era la soberbia. En definitiva, su acción era a la vez correcta y mala. Por lo tanto, la distinción entre ética de mínimos (lo correcto o justo) y éticas de máximos (lo bueno o felicitante), es aplicable clarificadora y práctica en las sociedades democráticas. Sin embargo, es necesario alejarla por completo de cualquier tentación dualista.

Es cierto que las profesiones sanitarias y, en nuestro caso, la profesión enfermera, están íntimamente ligadas a la ejemplaridad, a la perfección moral, puesto que sus actos y sus actitudes (sus virtudes) deberían siempre tender a lo ejemplar y modélico, es decir, a la excelencia. Pero esa relación con la ejemplaridad y la excelencia no es una moral especial de “esos” profesionales o de “tales” profesiones, como tampoco obedece a que su actividad diaria transcurra entre dos niveles, el de mínimos y el de máximos, siendo este último el ámbito donde se aspira a la excelencia. En realidad es el propio profesional quien debe aspirar a ser ejemplar, modélico…excelente, en el conjunto de sus actuaciones sanitarias. Lo correcto y lo bueno son planos o niveles diferentes, pero no están separados ni son contrapuestos. Hay que complementarlos. Por eso estamos llamados a “hacer bien” nuestro trabajo y, a la vez, “saber hacer el bien” en ese mismo trabajo, así como ser bueno y hacer el bien tanto en la propia vida personal como en la profesional. La excelencia es el modo más alto y exigente de ser y actuar como personas responsables, sea cual sea la ocupación que tenga cada uno…porque estamos llamados a “dar lo mejor de nosotros mismos”.

La palabra “excelencia” significa “superior calidad o bondad que hace digno de singular aprecio y estimación algo”. Ese “algo” es, en nuestro caso, la práctica enfermera y su bien interno, o sea, realizar las tareas del cuidado con tal grado de calidad y de bondad que las haga merecedoras de singular aprecio y estima. Más aún, el cuidado de la persona enferma, ese “algo”, debería hacerse con tanto esmero y atención, o sea, debería hacerse tan bien que, por esa razón, sea algo digno de aprecio y estima, algo “excelente”. Tan excelente debería ser la pericia de colocar a un enfermo una vía en vena para ponerle un suero, como hacer eso mismo con delicadeza. Cualquiera puede caer en al cuenta de que la excelencia de esa técnica no depende sólo de la pericia (lo correcto) ni sólo de la delicadeza (lo bueno). Ambas acciones son necesarias, virtuosas, están bien hechas y son excelentes.

Así pues, las obligaciones profesionales hay que apoyarlas en la práctica de las virtudes, porque las virtudes no son otra cosa que hábitos adquiridos por repetición. Cuando se trata de virtudes morales, lo hábitos son valiosos (y buenos) porque se adquieren por repetición de valores morales. Y este tipo de valores son los que nos conforman y nos hacen ser lo que somos. En ello nos va la vida, como hemos dicho en otro lugar. Son irrenunciables para todos los seres humanos en sus respectivas ocupaciones o proyectos de vida.

En consecuencia, el profesional sanitario no debería contentarse sólo con no hacer daño, o sea, evitar siempre la ignorancia, la impericia, la imprudencia o la negligencia, sino que debe esmerarse en tener conocimiento, pericia, prudencia, diligencia, competencia técnica e intelectual, empatía, compasión, cercanía, receptividad, delicadeza, etc. etc. Todo lo anterior son virtudes referidas, simultáneamente, a lo correcto y a lo bueno. Por lo tanto, el profesional debería hacerlo bien todo y, cuando no sea así, ser capaz de reconocerlo y corregirlo para hacerlo de otro modo… lo mejor posible.

Por eso, la búsqueda de la excelencia conduce a practicar la honestidad, la coherencia, la integridad, la amistad, la compasión, la confianza, la diligencia, el entusiasmo, la justicia, el optimismo, la solidaridad, la ternura….es decir, conduce a un cúmulo de virtudes que traen consigo la excelencia y, en definitiva, la felicidad personal. La unión entre lo que se hace, se dice y se piensa, entre las aptitudes y las actitudes, es una garantía de excelencia. Caminar hacia ella es lo mismo que caminar hacia la propia autorrealización personal. De ahí que hayamos denominado a la excelencia como “virtud de virtudes”.

La fe cristiana ofrece pautas para buscar la excelencia dando “lo mejor de uno mismo”:

«El Verbo de Dios…hecho Él mismo carne y habitando en la tierra, entró como hombre perfecto en la historia del mundo, asumiéndola y recapitulándola en sí mismo. Él es quien nos revela que Dios es amor (1 Jn.4,8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor» (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes,38)

4. HACIA LA HUMANIZACIÓN DE LA PRÁCTICA ENFERMERA

En este apartado no se trata de traer a colación un “humanismo imposible” (como preconizaba Castilla del Pino para otras cosas) ni, menos aún, inyectar en el ámbito sanitario “gotas” de sentimiento o de cultura de “letras”, sino de ejercer la práctica sanitaria como una creación vinculada e inseparable de la creatividad humana y, a la vez, del mundo de las relaciones, de los afectos, de las emociones y de la sociedad. Tanto el mundo de las emociones como el de la creatividad son, por definición, profundamente humanos, y en ese sentido quiero utilizar aquí el término “humanismo”.

Lo que se pretende es demostrar que el humanismo no sólo tiene que ver con el cultivo de las así llamadas “humanidades” (psicología, sociología, ética, historia, antropología, pedagogía…) sino, principalmente, con el sentido humano que cada enfermero/a imprima al ejercicio de su profesión o, quizá mejor al revés, con el ejercicio del sentido humano que ya es intrínseco a la propia práctica enfermera y realiza cada uno en su lugar de trabajo. Los actos de sanar y de cuidar son ya, en sí mismos, radicalmente humanos. Así pues, un par de observaciones previas:

1ª) La palabra sentido se relaciona con términos que significan «camino», «viaje». Desde ahí pasa a significar tanto la facultad de percibir y tener conciencia de lo que se hace, como la de adoptar una determinada dirección a la hora de actuar. Bajo esta acepción se dice que algo tiene sentido cuando está justificado en orden a un fin. Por tanto, llenar o dotar de sentido significa simultáneamente proyectar una meta y conferirle legitimación, ajustarlo a un plan y disponer de mecanismos para comprobarlo.

2ª) El término humano designa lo perteneciente al ser humano como distintivo o específico de él, aquello que define su condición y al mismo tiempo le orienta en la dirección de ser cada vez más ser humano. Según se dirá más adelante, lo humano constituye la referencia vinculante e insustituible de la ética y configura el ámbito donde se descubre, se proyecta y se verifica el sentido ético de la praxis médica.

No es posible detenerse aquí a exponer lo que podríamos llamar “tradición humanista”, tanto en sus etapas históricas como en sus contenidos. Hay mucha información, por ejem-plo, en F. Rico, “Humanismo y ética”, en V. Camps (ed.), Historia de la ética, I, Editorial Crítica, Barcelona, 1988, 507-540; A. Bullock, La tradición humanista en Occidente, Alianza Editorial, Madrid 1989. Puede verse también la sección “Humanismo y medicina”.

4.1. Lo “humano” como paradigma de la ética

El legado más valioso de la tradición humanista es el de fomentar humanidad, enriqueciendo gradualmente un fondo patrimonial generalmente aceptado: 1º) la primacía del ser humano; 2º) el reconocimiento de su valor intrínseco; 3º) la aplicación del término dignidad para designar el valor intrínseco de cada ser humano; 4º) las nociones de sujeto y persona correspondientes única y exclusivamente al ser humano; 5º) la aceptación de que al ser humano le corresponde un valor absoluto y, por tanto, debe ser siempre tratado como fin y nunca como medio; 6º) la convicción de que el ser humano es irreductible a la pura biología, siempre es más que ésta; y 7º) la historia es el espacio donde se verifica la libertad y la responsabilidad del ser humano, capaz de hacerse o deshacerse, de construir o de destruirse.

La historia demuestra que ése es el marco formal de la actividad humana, el horizonte hacia el que camina el ser humano luchando por su dignidad o, lo que es lo mismo, por su propio valor intrínseco. Es en ese ámbito o marco de referencia, donde surgen los criterios de la actuación moral:

1. El ser humano debe comportarse de forma humana y debe hacerlo incondicionalmente, es decir, en todos los casos y sin excepciones.
2. El ser humano debe actuar bien, porque sólo la conducta buena humaniza a su autor, o sea, al sujeto de la acción.
3. La bondad de la acción es proporcional al grado de respeto que se muestra a la dignidad de cada ser humano y a la protección de sus derechos fundamentales.
4. Lo humanamente bueno es recíproco entre los seres humanos y se va construyendo en la medida en que se tratan mutuamente de forma humanitaria.

Dicho con mucha mayor brevedad y en terminología moral: 1º) que el hombre sea humano, 2º) que lo humano sea lo bueno, 3º) que lo bueno gire siempre en torno a la órbita de la dignidad humana, y 4º) que la dignidad de la persona se verifique en el cumplimiento de sus derechos fundamentales.

He ahí el marco que delimita el significado de la ética y el sentido moral de los actos humanos. Ahí reside también el núcleo de toda ética, pues, de un modo u otro, su desarrollo siempre ha coincidido con y revertido en el sentido humano de la conducta. El contraste acumulado de experiencias le ha ido enseñando al ser humano que hay múltiples direcciones, pero no puede eludirlas sistemáticamente, no es posible quedarse sin norte so pena de caer en un despiste generalizado. Habrá que revisar una y otra vez la vigencia de los modelos de acción, la validez de los principios y las normas de conducta, pero siempre dentro del marco de lo humano que se convierte, así, en paradigma de la ética. Es un mínimo que nadie puede ignorar y que posee su lógica peculiar: ponerlo en práctica para responder al ansia de felicidad o a la vivencia del sufrimiento o al absurdo de la injusticia.

Ha sido precisamente dentro de ese contexto donde nació la medicina occidental y, junto a ella, la práctica enfermera. El “arte de curar” y el “arte de cuidar” se fueron canalizando desde el principio a través de la búsqueda de lo humanamente bueno para el enfermo. Lo característico de la medicina hipocrática no residía sólo en el acerbo de sus conocimientos científicos, sino en el planteamiento ético que llegó a hacer Hipócrates de la praxis médica. Al muy parecido podríamos decir del Juramento de F. Nightingale.

  • Cuando en el Juramento se habla de preservar la vida, evitar el sufrimiento, ser fiel a la confianza del enfermo y guardar el secreto profesional, se están estableciendo los principios éticos de la profesión médica que, además, surgen de la misma praxis sanitaria..
  • Y cuando en el Nightingale se habla de llevar una vida digna, ejercer la profesión con fidelidad a la misma, abstenerse de hacer todo lo que sea nocivo y dañino, considerar confidencial toda la información personal conocida en el ejercicio de la profesión, y consagrar la vida a quienes están confiados a su cuidado, también se están estableciendo los principios éticos de la actividad enfermera.

Ese espíritu humanizador ha perdurado a lo largo del tiempo. Así lo atestigua, por ejemplo, Escribonio Largo (siglo I d. C), para quien el médico ha de tener «un ánimo lleno de misericordia y de humanidad…socorrer en la misma medida a todos…y no hacer daño a nadie», porque la medicina es «ciencia de sanar, no de dañar». Es el mismo espíritu que ha impregnado práctica enfermera desde sus inicios.

4.2. Lo humano en los códigos deontológicos de enfermería

Ese ha sido también el contexto donde ha ido tomando forma y figura la enfermería, aun a sabiendas de que si bien forma parte del equipo médico, también está ganando cada vez más independencia como actividad profesional. La tarea de cuidar, como bien interno de la práctica enfermera, adquiere todo su significado cuando se entiende y se practica como actividad específicamente humana y humanizadora.

A) Bastaría para ello recordar el preámbulo del Código Internacional de Enfermería donde se señala que la necesidad de la enfermería es universal y que gira en torno a:

  • Cuatro deberes fundamentales: promover la salud, prevenir la enfermedad, restaurar la salud y aliviar el sufrimiento.
  • El respeto a los derechos humanos, incluido el derecho a la vida, a la dignidad ya ser tratado con respeto.
  • La obligación de prestar los cuidados de enfermería sin incurrir jamás en ninguna clase de discriminación.

B) Lo mismo sucede en el actual Código Deontológico de la Enfermería Española:

  • La enfermera/o reconoce que la libertad y la igualdad en dignidad y derecho son valores compartidos por todos los seres humanos….tratando con el mismo respeto a todos sin distinción alguna….(art.4).
  • … debe proteger al paciente…de posibles tratos humillantes, degradantes o de cualquier otro tipo de afrentas a su dignidad personal (art.5).
  • … está obligada/o a respetar la libertad del paciente, a elegir y controlar la atención que le preste (art.6).
  • … tendrá presente que la vida es un derecho fundamental del ser humano y por tanto deberá evitar realizar acciones conducentes a su menoscabo o que conduzcan a su destrucción (art.16).
  • … guardará secreto de toda la información sobre el paciente que haya llegado a su conocimiento en el ejercicio de su trabajo (art19).
  • … ejercerá su profesión con respeto a la dignidad humana y la singularidad de cada paciente, sin hacer distinción alguna… (art.52).
  •  … tendrá como responsabilidad primordial profesional la salvaguarda de los Derechos Humanos, orientando su atención hacia las personas que requieran sus cuidados (art.53).

Se podrían añadir otros muchos testimonios al respecto, pero todos ellos incidirían en atestiguar el espíritu humanizador de la práctica enfermera y el horizonte hacia el que se dirige la continua humanización de su práctica cotidiana. No obstante, por si aún quedara alguna duda sobre la “humanidad” intrínseca de la práctica enfermera, merece la pena releer con detenimiento la definición de enfermería como profesión que ofrece el Prólogo del citado Código Deontológico:

«…es un servicio encaminado a satisfacer las necesidades de salud de las personas sanas o enfermas, individual o colectivamente, teniendo presente que (las enfermeras/os) han de enfatizar en sus programas: la adquisición de un compromiso profesional serio y responsable; la participación activa en la sociedad; el reconocimiento y aplicación en su ejercicio de los principios de ética profesional; y la adopción de un profundo respeto por los derechos humanos».

5. LA FUNCIÓN HUMANIZADORA DE LOS VALORES ÉTICOS

Los valores éticos son cualidades que puede interiorizar la persona. Tienen fuerza y por eso son atractivos, es decir, se les asigna la función de actuar como polos magnéticos que generan una especie de campo de fuerzas que atraen hacia sí estilos de vida, actitudes, opciones y decisiones. Por eso cumplen al menos tres funciones: 1ª) orientar las preferencias morales de los individuos y de los grupos, 2ª) llenar de contenido las normas morales, y 3ª) garantizar un nivel de acuerdo básico en la sociedad para convivir en paz. 

Como ya se ha dicho, los valores no se enseñan mediante lecciones teóricas, ni a través de cursillos, sino por el contacto humano, mediante la relación personal, es decir, por contagio, ejemplo e imitación. Se aprende viviéndolo. Recordemos cuatro de ellos.

5.1. Algunos valores básicos
El valor de la dignidad humana
La toma de conciencia y la defensa progresiva del valor intrínseco de cada ser humano ha sido acuñado con el término dignidad, que ha encontrado su mejor definición y concreción en los derechos humanos. El significado actual de dignidad, referido a las personas como «fines en sí mismos» según la terminología kantiana, condensa su valor incondicionado e incomparable y la obligación de tratar a cada cual con el máximo respeto que se traduce en el deber moral de no instrumentalizar jamás a nadie.

El valor de la libertad personal
El ser humano está capacitado para elegir un proyecto de vida y los medios para llevarlo a acabo, para elegir el fin u objetivo de sus acciones y los medios adecuados para conseguirlo y, también, para responsabilizarse de sus actos. Estamos aquí ante un presupuesto insustituible de la ética y de la moralidad. Desde la Ilustración se ha difundido una unión indisoluble entre libertad y autonomía en el sentido de que el ser humano es capaz de darse libremente leyes a sí mismo, sirviéndose de su propio entendimiento y sin ninguna ayuda externa. Actualmente, se expresa en la independencia como modelo ideal de vida.

El valor de la vida humana
Vivir es condición indispensable para tener identidad, autoestima y derechos. En ese plano, la vida orgánica ya es un bien básico y se presenta como tarea o quehacer personal porque «la vida que nos es dada, no nos es dada hecha, sino que cada uno de nosotros tiene que hacérsela, cada cual la suya…», como decía Ortega y Gasset. Cuando la vida se introduce en la órbita ética cobra un valor cualitativamente superior y adopta unos contenidos y deberes mucho más precisos: los que derivan del cumplimiento de los derechos de la persona. En esa nueva órbita sólo se puede girar en el sentido de la dignidad, reconociendo a cada persona el derecho a la vida y a una vida digna, a vivirla dignamente y a ser tratada con igual consideración y respeto.

El valor de la salud humana
Es suficiente recordar lo que dice el Código Deontológico sobre la salud: un proceso de crecimiento y desarrollo humano, que no siempre se sucede sin dificultad y que incluye la totalidad del ser humano. La salud se relaciona con el estilo de vida de cada persona y su forma de afrontar ese proceso en el seno de los patrones culturales en los que vive. Por su parte, la enfermedad no es sólo un deterioro biológico, un germen patógeno, un virus o un programa genético equivocado. La enfermedad es, sobre todo, una situación transitoria o permanente (aguda o crónica) que afecta con mayor o menor intensidad el conjunto de la vida de una persona. En ese sentido, la enfermedad es un contravalor, pero también puede ser una ocasión especial para replantear las expectativas de futuro, las limitaciones de la existencia, el valor de la dependencia, las relaciones interpersonales y el sentido de la vida.

5.2. Perspectiva teológica

La dignidad de la persona humana se fundamenta en ser “imagen de Dios”, valoración que se refiere a la totalidad del ser humano y se aplica a cada ser humano: «Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien…» (Catecismo de la Iglesia Católica, n.357).

El Catecismo de la Iglesia Católica dice que «la libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo» (n.1731).

La Congregación para la Doctrina de la Fe afirma que «La vida humana es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social…» (Declaración Iura et bona, n.9). Por su parte el Catecismo de la Iglesia Católica añade: «La moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor absoluto» (n.2289).

El Catecismo de la Iglesia Católica dice que «La vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios. Debemos cuidar de ellos racionalmente teniendo en cuenta las necesidades de los demás y el bien común… (la salud física) requiere la ayuda de la sociedad para lograr las condiciones de existencia que permiten crecer y llegar a la madurez: alimento y vestido, vivienda, cuidados de la salud, enseñanza básica, empleo y asistencia social» (n.2288).

Finalmente, el Catecismo de la Iglesia Católica dice: «La enfermedad puede inducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él» (n.1501).

Junto a esos cuatro valores se podrían añadir otros comúnmente reconocidos en el ámbito de la práctica sanitaria como la intimidad, la solidaridad, la compasión, la equidad, la confianza, etc, etc. Es necesario retomar aquí lo expuesto al inicio de apartado anterior: el ser humano viene dedicando sus mayores esfuerzos a aprender en qué consiste la tarea de humanizarse a lo largo de la historia. La conducta moral es uno de los cauces donde se ha ido condensando la conciencia de lo humano y su proyecto de vivirlo bien todo, como dice Tomás de Aquino: «finis ultimus est bene vivere totum» (el fin último de la vida es vivirlo bien todo) Estamos ahí ante un mínimo ético fundamental que nadie puede ignorar y del que nadie tiene la exclusiva, pero de cuya lógica interna tampoco se puede prescindir como ya hemos dicho: 1º) que el hombre sea humano; 2º) que lo humano sea lo bueno; 3º) que lo bueno gire siempre en torno a la órbita de la dignidad; y 4º) que la dignidad humana se verifique en el cumplimiento de sus derechos fundamentales.

Aceptar la lógica interna de ese mínimo fundamental lleva consigo introducir transversalmente en todas las éticas el compromiso de que lo humano, lo bueno y lo digno se verifica en el cumplimiento efectivo de los derechos humanos. Y ello debería ser así porque el respeto incondicionado a la dignidad de cada persona es un principio cardinal para cualquier ética. La aceptación de tal principio ha ido creando un espacio compartido de valores básicos como la dignidad, la libertad, la autonomía, la vida, la salud, la igualdad, la solidaridad, la tolerancia, la paz, el respeto a la naturaleza y la responsabilidad común.

Esos valores básicos orientan nuestras preferencias morales, llenan de contenido las normas morales de la profesión, y garantizan un nivel de acuerdo social para llevar una vida digna y convivir en paz. Los deberes que vienen exigidos por el reconocimiento de los derechos de la persona, sostenidos por esos los valores básicos, constituyen un cauce progresivo de humanización y, simultáneamente, afectan de lleno a la enfermería puesto que la propia práctica enfermera consiste en cuidar lo más valioso del ser humano que es el propio ser humano. Por tanto, reducir el ejercicio profesional al mero formalismo legal, «judicializar» la enfermería, practicar una «enfermería defensiva», terminaría ocultando la humanidad intrínseca de la misma práctica enfermera. Sería negar de plano la esencial naturaleza ética de la enfermería desde sus propios orígenes y, por descontado, de la medicina en todas sus especialidades.

5.3. Por el camino de la excelencia: la virtud

Solamente nos queda por traer de nuevo aquí lo que ya hemos expuesto en otro momento: la excelencia como “virtud de virtudes”. Decíamos allí que todos los profesionales sanitarios tienen ante todo obligaciones de no-maleficencia pero, simultáneamente, ninguno de ellos puede escabullirse de la obligación de “dar lo mejor de uno mismo”, es decir, a la exigencia de practicar las virtudes que hayan ido modelando su personalidad moral, porque esta última exigencia afecta de un modo u otro a toda actividad humana.

Ese camino está delimitado por un marco de referencia que deberíamos tener muy presente. Es el marco donde se desarrolla la humanización progresiva de la práctica enfermera, un marco en el que se afirman unos valores determinados y se exigen unos deberes concretos. La práctica enfermera tiene que:

  1. Afirmar al ser humano: debe humanizar.
  2. Afirmarlo como persona: debe personalizar la tarea de cuidar.
  3. Personalizar el cuidado: centrarlo en cada persona enferma.
  4. Reconocer a cada persona como interlocutor válido.
  5. Relacionarse con la persona enferma basándose en el encuentro, la acogida y la confianza, es decir, creando hospitalidad...y cuidados.

Por eso la unión entre lo que se hace, se dice y se piensa, es una garantía de excelencia. Caminar hacia ella es lo mismo que caminar hacia la propia autorrealización personal. De ahí que hayamos denominado a la excelencia como “virtud de virtudes”. Quizá por todas esas razones merezca la pena hacer un esbozo de un código ético para la enfermería.

6. UN CÓDIGO ÉTICO PARA LOS PROFESIONALES DE ENFERMERÍA

1. Respetar los valores personales, culturales ó religiosos del paciente ó usuario, y su en-torno. 

2. Respetar la dignidad, libertad, intimidad y privacidad de los pacientes.
3. Ser comprensivos y sensibles ante la vulnerabilidad en que se encuentra la persona en el momento que precisa servicios de salud.
4. Tener en cuenta siempre los derechos del paciente y sus preferencias cuando sea posible.
5. Informar activamente a los pacientes, cuidadores y acompañantes de los servicios que se prestan, la forma de acceder a ellos, y las alternativas existentes.
6. Proteger la confidencialidad de la información generada sobre el paciente, garantizando su seguridad y su integridad.
7. Mejorar constantemente las habilidades comunicativas para que los pacientes comprendan mejor todo lo que les afecta en la relación con ellos.
8. Colaborar en la creación de buen ambiente laboral, estimulante, participativo, seguro y positivo, libre de toda forma de discriminación y acoso, respetuoso con también con los derechos de los compañeros y con su cultura.
9. Atender específicamente y con especial sensibilidad y delicadeza las necesidades de los pacientes y trabajadores con cualquier grado de discapacidad física ó psíquica.
10. Respetar voluntades anticipadas o instrucciones previas del paciente.
11. Comportarse con exquisita objetividad profesionalidad con los pacientes, familiares y cuidadores.
12. Comprometerse con la gestión eficiente de los recursos públicos asignados y disponibles en cada momento.

Me gustaría finalizar reproduciendo aquí un precioso texto de Isaac Judaeus, un médico judío del siglo XII, deseando a todos seguir su ejemplo y su mentalidad: «Quien se dedica a trabajar con perlas tiene que preocuparse de no destrozar su belleza. Del mismo modo, el que intenta curar un cuerpo humano, la más noble de las criaturas de este mundo, debe tratarlo con cuidado y amor».

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Moralidad común y Bioética

Moralidad común y Bioética 150 150 Tino Quintana

En realidad, el verdadero padre de esta teoría moral es Bernard Gert, cuyas publicaciones al respecto datan de principios de los años 70 del siglo XX, en particular su obra The Moral Rules: A New Racional Foundation for Morality, Harper and Row, New York, 1970. Nacido en 1934 y fallecido en diciembre de 2011, estudió filosofía en la Universidad de Cornell y, sobre todo, fue profesor de la misma materia durante 50 años en el Darmouth College (Hanover) donde ejerció como profesor hasta su muerte.

La colaboración del profesor Gert con otros dos colegas suyos, los profesores C.M. Culver y K.D. Clouser, dio lugar al libro Bioethics. A Return to Fundamentals (Oxford University Press, New York, 1997), que servirá de referencia a lo largo de esta exposición. Los autores han querido explicar la moralidad de manera sistemática, comprensible y útil, facilitando a sus lectores la comprensión de lo que ellos llaman “el sistema moral”, así como sus fundamentos y su aplicación a la vida cotidiana.

Para más información en Stanford Encyclopedia of Philosophy.

El artículo completo de esta entrada del blog puede verse en Moralidad común y bioética.20.06.2012

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TINO QUINTANA

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética Clínica (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

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